viernes, 27 de enero de 2012

Resumen del Segundo Tratado sobre el gobierno civil, 4ª parte.Y Actualidad: Llorando al dictador

En el capítulo XVIII del Segundo tratado sobre el gobierno civil, John Locke señalaba que la tiranía "es el ejercicio del poder fuera del Derecho, cosa que nadie debe hacer". El gobernante no se guía por la ley, sino por su voluntad. Y Locke se pregunta: ¿se puede ofrecer resistencia, aunque  se corra el peligro de alterar el orden y la autoridad? Locke concede que se puede oponer la fuerza a la fuerza injusta e ilegal. Aunque, a continuación, señala que "esta teoría de la legitimidad de la resistencia no puede poner en peligro al primer magistrado, ni desorganizar el gobierno por cuestiones baladíes". Locke parece querer distinguir entre la responsabilidad del rey -al que hay que intentar salvaguardar su autoridad- y la de los que cumplen sus mandatos. También considera que para legitimar esa resistencia, el daño debe ir más allá de algunos casos particulares, y debe alcanzar a la mayoría del pueblo, o constituir una amenaza para todos.
En el capítulo XIX, Locke continúa escribiendo sobre la cuestión de la disolución del gobierno, cuando el poder legislativo, al que considera el alma de la comunidad política, ha sido derribado o disuelto. Locke hace aquí referencia al modelo inglés, en el que el poder legislativo es ejercido simultáneamente por el monarca, una asamblea constituida por la nobleza hereditaria y una asamblea de representantes elegida temporalmente por el pueblo. En este modelo, ni el rey puede disolver las otras dos partes del poder legislativo, ni éstas alterar el poder legislativo en contra o sin el apoyo del monarca. Locke añade que cuando los legisladores intentan arrebatar al pueblo sus propiedades, o someterlo a la esclavitud de un poder arbitrario, "se colocan en estado de guerra con el pueblo, y éste queda libre de seguir obedeciéndole".
"Se me dirá, quizá, -afirma Locke- que siendo como es ignorante el pueblo, y viviendo en un estado de perpetua insatisfacción, colocar la base del gobierno en esa opinión pública inconstante y en el humor caprichoso del pueblo sería exponer aquel a una ruina segura". Pero, señala como respuesta Locke a esta objeción, "no es cosa tan fácil, como algunos sugieren, sacar al pueblo de sus formas sociales establecidas": "Los pueblos son capaces de soportar sin rebelarse y sin murmurar grandes errores de sus gobernantes, muchas leyes injustas y molestas y todos los deslices a que está expuesta la fragilidad humana". Esta "abulia y lentitud del pueblo" para cambiar los gobiernos a pesar de las provocaciones y el maltrato de sus gobernantes, no evitará que anhele y busque la oportunidad de liberarse de tan pesada carga.
Ante los que podían achacar a Locke que su teoría podía ser una "fuente de rebeliones", "al enseñar al pueblo que, en caso de lesionadas ilegalmente sus libertades o sus bienes, queda revelado de toda obediencia", Locke responde preguntando si es la desobediencia o la opresión la iniciadora del desorden. No hay que culpar de éste último a los que defienden su derecho, sino a quienes atropellan el de la comunidad.
En apoyo de sus ideas, Locke cita extensamente a otro autor, Barclay, "el gran campeón de la monarquía absoluta", que también se vio forzado a reconocer que en algunos casos se puede ofrecer resistencia al rey.  Pero queda una última cuestión: ¿quién puede juzgar si el rey o el poder legislativo obra en contra de la misión que se les ha confiado? Locke responde con rotundidad: el conjunto del pueblo. ¿Y si el príncipe o el legislador no reconoce semejante tribunal? Entonces, señala Locke, en ese estado de guerra, en el recurso a la fuerza, sólo queda "apelar al Cielo".

La identificación de la autoridad del gobernante con el orden y la paz en la comunidad ha llevado a peligrosas identificaciones entre la persona del gobernante y la comunidad política. ¿Es cierto, como afirma Locke, que el pueblo "es siempre más propenso a aguantar las injusticias que a luchar en defensa de sus derechos"?. Veamos estos ejemplos:

Muchos norcoreanos lloraron recientemente la muerte del presidente Kim Jong-Il provocada por una crisis cardíaca. Los medios oficiales del país, como la agencia KCNA, instrumento de propaganda del régimen, se encargaron de mostrar la tristeza del pueblo.

Muchos españoles también lloraron la muerte del dictador Francisco Franco en
1975.



 Etienne de la Boétie, en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria se preguntaba cómo es posible que la mayoría obedezca a una sola persona, no sólo la obedezca sino que la sirva, y no sólo que la sirva sino que quiera servirla.

Cuestiones para el cuaderno: Viendo estas imágenes, y al hilo de lo que comentamos en clase en torno a la legitimidad del poder, sus límites, la obediencia o la desobediencia a las normas de la comunidad política.., ¿por qué crees que esas personas lloran la muerte de un dictador? ¿Hasta qué punto crees que influye el aparato de propaganda o un verdadero sentimiento de identificación alienante con el dictador?
¿Qué opinas sobre la posición de Locke frente a la tiranía y el derecho de desobediencia del pueblo?

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