lunes, 22 de marzo de 2021

Pensadoras del siglo XVII. Críticas al pensamiento cartesiano.

Mary Astell (1666-1731)
    Hemos visto, en otras entradas, las dificultades (e incluso el retroceso en algunos aspectos respecto a épocas anteriores) que sufrieron las mujeres con el comienzo de la Edad Moderna. La defensa de un creciente dimorfismo sexual pretendía justificar un papel subordinado de las mujeres en la cultura, y se cuestiona o diferencia la educación de las mujeres. A pesar de ello, aparecen en esta época interesantes pensadoras. Entre ellas, podemos destacar a varias pensadoras inglesas: Margaret Cavendish, "una de las primeras teóricas y filósofas naturalistas que intentó plantear un tipo de ética ecológica"; Anne Finch, que también -frente a Descartes- concebía la naturaleza como un organismo vivo y no como una máquina, utilizando por primera vez el concepto de mónada (o sustancia primigenia que habita en todo lo que está vivo, concepto que más tarde utilizaría Leibniz); y Mary Astell, que aunque, como Descartes, defendió la importancia de la claridad y la distinción en el ámbito científico, sostenía que sin experiencia no puede haber conocimiento (asimismo defendía la educación para las mujeres y que hombres y mujeres estaban igualmente dotados de razón). Muy alejada de Inglaterra, vivió una pensadora mexicana, Juana Inés de la Cruz, que negaba la separación entre sentimiento y razón, al igual que cualquier pensamiento jerárquico, como el que diferenciaba en derechos a hombres y mujeres.
    Todas estas pensadoras, compartían, según Ingeborg Gleichauf, una visión crítica respecto al pensamiento cartesiano dominante en su época:

 "Las mujeres filósofas del siglo XVII prepararon el camino para los sistemas filosóficos del siglo XVIII. Estaban convencidas de la importancia de la razón, creían que podía penetrarse en el mundo mediante la razón, pero también mostraron claramente los límites del conocimiento racional. Destaca especialmente el hecho de que todas estas pensadoras, tras larga reflexión, no pudieron decidirse por una visión del mundo mecanicista. Lejos de esto, se imaginaron más bien una naturaleza animada, que no pudiera gobernarse totalmente desde fuera. El despliegue del poder del espíritu humano tiene sus límites. El ser humano es una parte del universo, no el señor de todos los demás seres vivos.

    (...)Descartes fue muy criticado por las mujeres filósofas. Su estricto dualismo de la materia y el espíritu, su filosofía de la preponderancia humana sobre la naturaleza no respondían a la manera de pensar de las mujeres que filosofaron en su tiempo. Precisamente en una época de grandes avances intelectuales y científicos, ellas reclamaban moderación y señalaban el hecho de que el ser humano no es ningún ser todopoderoso".

I. Gleichauf, Mujeres filósofas en la historia, Icaria, 2010.


lunes, 8 de marzo de 2021

Poulain de la Barre: aplicando el pensamiento cartesiano a la igualdad de la mujer.

    Descartes, ha señalado la pensadora Celia Amorós, fue un autor que "no defendió la igualdad de los hombres y las mujeres y, sin embargo, ese olvido se hizo en contra de sus propios principios". Fue por eso que su discípulo Poulain de laBarre pudo, precisamente apelando a la coherencia cartesiana, defender el feminismo: hacer feminismo con Descartes y a pesar de Descartes. 

 

  

"Se puede afirmar que desde finales del siglo XVI la «cuestión femenina» era un tema importante y polémico, tratado desde la literatura galante hasta la literatura abiertamente misógina, ridiculizado en Molière y muchos otros detractores. La querelle de femme tiene un largo recorrido y una amplia problemática que abarca por ejemplo: la lucha por ser escuchadas, educadas, por acceder al saber de las academias, etc. Durante siglos se discutió sobre el lugar que correspondía a cada sexo. En el siglo XVII corrieron ríos de tinta a favor y en contra de la querelle, por ejemplo sobre la forma y la necesidad de educar a las niñas".

  

 Los primeros textos sobre feminismo, de acuerdo con Mary Nash (2004) se remontan desde la Edad Media hasta la Ilustración. Entre estos trabajos se encuentran los precursores del pensamiento feminista contemporáneo como La Ciudad de las Damas (1405),de Christine de Pisan; el tratado Igualdad entre hombres y mujeres (1622),de Mary de Gournay o Una propuesta seria a las damas para el avance de su verdadero y mayor interés (1694) de Mary Astell. Estas obras  explicaban la subordinación de las mujeres a partir de condicionantes socioculturales (ídem). En el siglo XVII, refiere Nash, la obra de Francois Poulain de la Barre, De la Igualdad de los dos sexos (1673), marcó una ruptura respecto a la literatura que había en su tiempo para abogar por la igualdad de mujeres y hombres.

"Poulain de la Barre logró aplicar los principios de la duda metódica y el libre examen racional a las cuestiones del ámbito social, desarrollando ideas con y «contra» Descartes; es decir aplicándole el racionalismo al mismo cartesianismo. De forma sintética podemos afirmar que nuestro autor asume la filosofía y la epistemología cartesiana en función de sus intereses emancipatorios, por ello se centra sobre todo en el Discurso del Método: su rechazo al escolasticismo,la práctica de la duda, la distinción entre la unión del alma y el cuerpo (a partir de la cual construye su argumento igualitario) y se aleja del pensamiento de Descartes en las cuestiones metafísicas y en la decisión de no «respecter la coutume de son pays», sino que más bien todo lo contrario, decide luchar contra la costumbre y la tradición establecida.
    Poulain de la Barre no solamente amplió el programa cartesiano, incluyendo el ámbito de las costumbres «les moeurs», sino que además radicalizó el programa cartesiano de irracionalización del prejuicio haciendo explícita la participación de las mujeres en ese «público» que, en virtud de su común bon sens, tenía capacidad autónoma de juzgar."

 Luz Estella León, François Poullain de la Barre: filósofo feminista y castesiano sui generis", en http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:Endoxa-2011-27-5020&dsID=Documento.pdf



Descartes, el pensamiento racionalista y la historia de las mujeres en el siglo XVII.


La historiadora feminista Silvia Federici ha analizado en su interesante libro "Calibán y la bruja" (2010), cómo la persecución de brujas en los siglos XVI y XVII, tanto en Europa como en el Nuevo Mundo, fue tan importante para el desarrollo del capitalismo como la colonización y la expropiación del campesinado europeo de sus tierras. La persecución de las brujas, al igual que la trata de esclavos y la expulsión del campesinado de sus tierras, condujeron a la formación del capitalismo (vinculado, desde entonces, con el sexismo, el racismo y la explotación laboral).

En la transición del feudalismo al capitalismo, "las mujeres sufrieron un proceso excepcional de degradación social que fue fundamental para la acumulación de capital".

"En el nuevo régimen monetario, sólo la producción-para-el-mercado estaba definida como actividad creadora de valor, mientras que la reproducción del trabajador comenzó a considerarse algo sin valor desde el punto de vista económico, e incluso dejó de ser considerada un trabajo. El trabajo reproductivo se siguió pagando -aunque a valores inferiores- cuando era realizado para los amos o fuera del hogar. Pero la importancia económica de la reproducción de la mano de obra llevada a cabo en el hogar, y su función en la acumulación del capital, se hicieron invisibles, confundiéndose con una vocación natural y designándose como "trabajo de mujeres". Además, se excluyó a las mujeres de muchas ocupaciones asalariadas, y en el caso de que trabajaran por una paga, ganaban una miseria en comparación con el salario masculino medio".

   

A lo largo de los siglos XVI y XVII, las mujeres perdieron terreno en todas las áreas de la vida social. Como señala Federici, "uno de los derechos más importantes que perdieron las mujeres fue el derecho a realizar actividades económicas por su cuenta, como femmes soles". Un nuevo espacio y modelo de familia se utilizaría para apropiar y ocultar el trabajo de las mujeres. Además, "en los países mediterráneos se expulsó a las mujeres no sólo de muchos trabajos asalariados sino también de las calles, donde una mujer sin compañía corría el riesgo de ser ridiculizada o atacada sexualmente". Por un lado se impusieron nuevos modelos culturales sobre la diferencia de género, incrementando la diferencia entre hombres y mujeres; por otro lado se señalaba que éstas eran inferiores y que debían ser puestas bajo control masculino. La literatura y el teatro de la época celebraba y evocaba el castigo de la desobediencia femenina frente a la autoridad patriarcal (como en La fierecilla domada, de W. Shakespeare)

En la Europa de la Edad de la Razón, a las mujeres acusadas de "regañonas" se les ponían bozales como a los perros y eran paseadas por las calles; las prostitutas eran azotadas o enjauladas y sometidas a simulacros de ahogamientos, mientras se instauraba la pena de muerte para las mujeres condenadas por adulterio.

Una "regañona" es hecha desfilar por la comunidad con la "brida" puesta, un artefacto de hierro que se usaba para castigar a las mujeres de lengua afilada. De forma significativa, los traficantes de esclavos utilizaban un aparato similar.

    Estas estrategias, según Federici, fueron apoyadas por una campaña de terror, a través de la "caza de brujas" que "destruyó todo un mundo de prácticas femeninas, relaciones colectivas y sistemas de conocimiento que habían sido la base del poder de las mujeres en la Europa precapitalista, así como la condición para su resistencia en la lucha contra el feudalismo". Así surgió, a finales del siglo XVII, el modelo de la mujer y esposa ideal -casta, pasiva, obediente y ocupada en sus tareas. Para esa época, "las mujeres habían perdido terreno incluso en las ocupaciones que habían sido prerrogativas suya, como la destilación de cerveza y la partería". "Las proletarias encontraron particularmente difícil obtener cualquier trabajo que no fuese de la condición más baja: como sirvientas domésticas, peones rurales, hilanderas, tejedoras, bordadoras, vendedoras ambulantes o amas de crianza". Junto a la desposesión de la tierra, esta pérdida de poder con respecto al trabajo asalariado condujo a la masificación de la prostitución (que fue sujeta a nuevas restricciones y luego criminalizada).
 
Frontispicio de Parlamento de Mujeres (1646), una sátira contra las mujeres; "Con las alegres leyes por ellas aprobadas. Para vivir con mayor facilidad, pompa, orgullo e indecencia; pero especialmente para que ellas puedan tener superioridad y dominar a sus maridos".

En este diseño inglés se refleja la exclusión de la mujer de la práctica médica, mostrando a un ángel apartando a una curandera del lecho de un hombre enfermo.

viernes, 5 de marzo de 2021

Filosofía joven en España: Paul B. Preciado

Descartes y la locura como imposibilidad del pensamiento. Michel Foucault y la "Historia de la locura"

"Pero, aunque los sentidos nos engañen a veces, en lo referente a cosas poco perceptibles y muy alejadas, hay quizá muchas otras de las que no se puede razonablemente dudar, aunque las conozcamos a través de ellos: por ejemplo, de que estoy aquí, sentado cerca del fuego, vestido con una bata, sosteniendo este papel entre mis manos, y otras cosas de esta naturaleza. ¿Y cómo podría negar que estas manos y este cuerpo sean míos, si no es quizás igualándome a esos insensatos cuyo cerebro está de tal modo turbado y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente que son reyes, cuando son muy pobres; que están vestidos de oro y de púrpura, cuando están completamente desnudos; o que se imaginan ser un cántaro, o tener un cuerpo de vidrio?. ¿Pero qué? Ellos están locos, y no sería yo menos extravagante si me guiase por sus ejemplos"

                    R, Descartes, Meditaciones Metafísicas, Meditación primera, Alfaguara, 1977, p. 18.

.

     En su Historia de la locura (FCE, 1979), en el capítulo titulado "El Gran Encierro" (vol. 1, pp- 75-125), el filósofo francés Michel Foucault señalaba cómo "la locura, cuya voz el Renacimiento ha liberado, y cuya violencia domina, va a ser reducida al silencio por la época clásica, mediante un extraño golpe de fuerza".

La locura pierde así aquella libertad imaginaria que la hacía desarrollarse todavía en los cielos del Renacimiento. No hacía aún mucho tiempo, se debatía en pleno día: era el Rey Lear, era Don Quijote. Pero en menos de medio siglo, se encontró recluida, y ya dentro de la fortaleza del confinamiento, ligada a la Razón, a las reglas de la moral y a sus noches monótonas.

    Y esa trasformación la ejemplifica en el caso de Descartes, quien, en el camino de la duda, encuentra la locura al lado del sueño y de todas las formas de error. Pero -apunta Foucault- "Descartes no evita el peligro de la locura como evade la eventualidad del sueño o del error":

Para la locura las cosas son distintas; si su peligros no comprometen el avance ni lo esencial de la verdad, no es porque tal cosa, ni aun el pensamiento de un loco, no pueda ser falsa, sino porque yo, que pienso, no puedo estar loco. (...)No es la permanencia de una verdad la que asegura al pensamiento contra la locura, como le permitiría librarse de un error o salir de un sueño; es una imposibilidad de estar loco, esencial no al objeto de pensamiento, sino al sujeto pensante. 

    En definitiva, la locura se convierte en "condición de imposibilidad del pensamiento". Para Foucault, en la economía de la duda cartesiana, "hay un desequilibrio fundamental entre locura, por una parte, sueño y error, por la otra". 

Su situación es distinta en relación con la verdad y con quien la busca; sueños o ilusiones son superados en la estructura misma de la verdad; pero la locura queda excluida por el sujeto que duda. Como pronto quedará excluido que él no piensa y que no existe. (...) Así, el peligro de la locura ha desaparecido del ejercicio mismo de la Razón. Ésta se halla fortificada en plena posesión de sí misma, en que no puede encontrar otras trampas que el error, otros riesgos que la ilusión. La duda de Descartes libera los sentidos de encantamientos, atraviesa los paisajes del sueño, guiada siempre por la luz de las cosas ciertas; pero él destierra la locura en nombre del que duda, y que ya no puede desvariar, como puede dejar de pensar y dejar de ser.

    En adelante, afirma Foucault, "la locura está exiliada": "Si el hombre puede siempre estar loco, el pensamiento, como ejercicio de la soberanía de un sujeto que se considera con el deber de percibir lo cierto, no puede ser insensato".

El Bosco:"La nave de los locos"

    Pero la exclusión de la locura que hace Descartes en su proyecto racionalista es sólo un signo que delata ese exilio, pues no es sólo en el ámbito del saber o de los discursos donde se manifiesta, sino que abarcará dominios de prácticas políticas, culturales y sociales más amplias. Así, desde el siglo XVII se crearon grandes internados donde durante un siglo y medio se encerró, a la población pobre, desocupada, con los locos. Como señala Foucault, "desde la mitad del siglo XVII, la locura ha estado ligada a la tierra de los internados", espacios de encierro ligados a la aparición de una nueva sensibilidad ante la miseria y los deberes de asistencia social de los poderes públicos, a una nueva ética del trabajo (que condenaba la ociosidad) y un nuevo modelo de ciudad, de orden público. La miseria aparece ahora en el único horizonte de la moral, es desacralizada. La locura aparece ahora al lado de los pobres, "sobre el fondo de un problema de policía concerniente al orden de los individuos en la ciudad". 

    El internamiento aparece en Europa en el siglo XVII como una de las respuestas a la crisis económica que afecta al mundo occidental: descenso de salarios, aumento del desempleo... El confinamiento adquiriría entonces una dimensión que no es comparable con el encarcelamiento de épocas anteriores. Pero su función no fue sólo de represión, sino que tenía una utilidad, "dar trabajo a quienes se ha encerrado y hacerlos útiles para la prosperidad general". Ofrecía, por un lado, mano de obra barata cuando había trabajo y salarios altos, y control de la población ociosa, y protección contra las agitaciones sociales, en periodos de desempleo. Es en estos internados, donde se trasferirá también a los locos, es donde la locura empezará a ser percibida "en el horizonte social de la pobreza, de la incapacidad de trabajar, de la imposibilidad de integrarse al grupo; el momento en que comienza a asimilarse a los problemas de la ciudad".

    En el Apendice II de Historia de la locura, titulado "Mi cuerpo, ese papel, ese fuego" (vol. 2, pp. 340-372), Foucault recoge la crítica de otro pensador francés, Jacques Derrida, a la argumentación de Foucault  sobre el papel de la locura en la duda metódica cartesiana. En este sentido, es interesante para nuestra asignatura, la respuesta de Foucault, quien cuestiona esta "antigua tradición" de análisis y comentario de texto (que parece querer continuar Derrida); una tradición para la que también había pasado desapercibida la importancia y singularidad de esta cuestión en Descartes. Foucault cuestiona lo que denomina "textualización" de las prácticas discursivas, consistente en:

 "(...)reducción de las prácticas discursivas a las trazas textuales; elisión de los acontecimientos que se producen allí para no conservar más que las marcas por una lectura; invención de voces detrás de los textos para no tener que analizar los modos de implicación del sujeto en los discursos; asignación de lo originario como dicho y no dicho en el texto para no remplazar las prácticas discursivas en el campo de las transformaciones en que se efectúan". 

    A través de esta "textualización" se manifiesta, para Foucault, una pedagogía que habría que cuestionar:

 (Una pedagogía) que enseña al alumno que no hay nada fuera del texto pero que en él, en sus intersticios, en sus espacios y no dichos, reina la reserva del origen; que, por tanto, no es necesario ir a buscar en otra parte, sino aquí mismo, no en las palabras, directamente, pero sí en las palabras como borrones, en su red se dice "el sentido del ser". Pedagogía que, inversamente, da a la voz de los maestros esa soberanía sin límite que le permite predecir indefinidamente el texto.