jueves, 23 de marzo de 2023

Objeciones al pensamiento cartesiano. Víctor Gómez Pin.


 Ya mencionamos en otra entrada de este blog el libro de Víctor Gómez Pin dedicado a Descartes (Dopesa, 1979), haciendo referencia al problema del cogito cartesiano. En esta entrada recogeremos otras interesantes observaciones sobre el pensamiento y la obra de Descartes recogidas en el libro. Gómez Pin destaca por un lado el interés de Descartes por mostrar "la indisoluble unidad de la razón y el carácter ordenado o sistemático de la multiplicidad de saberes posibles". Resalta también el momento de la duda metódica, en la que dudar de lo que percibimos por los sentidos es probablemente la duda más radical. Se pregunta Gómez Pin el porqué Descartes menciona la hipótesis de la locura para excluirla, lo que sería "una incoherencia con las exigencias del método". Pero la locura, para Descartes, sería incompatible con la aceptación de su posibilidad, contradicción que, en cambio, no afecta a la hipótesis del sueño.

Adentrándose en el análisis de las Meditaciones Metafísicas, Gómez Pin también se detiene en la polémica, ya sostenida en el seno de la Escolástica, de la compatibilidad de la omnipotencia divina y el respeto a las tablas de la ley. ¿No podría el Dios omnipotente decidir que el robo o la lujuria fueran virtud? En torno a  esta polémica, en la que participaron Tomás de Aquino, Duns Escoto y Guillermo de Okcham, Descartes se planteó si era posible que Dios me engañara, algo que no podía excluir a menos de negar que es todopoderoso. A partir de ahí puede suponer "que hay, no un verdadero Dios -que es fuente suprema de verdad- sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme". Así, el sueño, que nos había permitido dudar de la objetividad de la percepción sensorial, no autorizaba a poner en duda las evidencias de la matemática; pero la eventualidad del genio maligno sí puede hacerme dudar de éstas. 

De esta duda, como vimos, sólo escapa la intuición del cogito, aunque -señala Gómez Pin- "cabe decir que Descartes fue más afortunado en su descubrimiento que en la manera de exponerlo". En este momento, "el pensamiento se distancia de sí mismo a fin de aprehenderse como tal pensamiento", la subjetividad se constituye en condición de posibilidad de la experiencia. Descartes afirma, recordemos, que piensa, que "es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también y que siente" (Segunda Meditación). No puedo dudar de que en todo momento tengo la cabeza llena de ideas. "Es impensable estar sin pensar; de ahí la certidumbre del cogito", señala Gómez Pin. Aunque, lo más prudente sería que Descartes hubiera dicho "hay pensamientos" sin presuponer la existencia de algo que sustenta esos pensamientos. 

Pero la parte más polémica de esta aventura, para Gómez Pin, está en el proyecto de "legitimar el mundo que mediante la duda hiperbólica habíamos perdido", un mundo que reencontramos a partir de la existencia de Dios. Descartes parece considerar que los motivos de la duda extraídos de la hipótesis del genio maligno son  "ligeros y por así decirlo metafísicos"; y, además, "Descartes va a servirse del método deductivo (del orden geométrico), para demostrar que Dios no es un genio maligno, cuando en realidad el método deductivo implica ya la certidumbre de que Dios no es un genio maligno". A través de este círculo vicioso, Descartes rompe el solipsismo de la conciencia (fundamento de nuestro conocimiento, pero que no sale directamente al mundo sino a través de la demostración de la existencia de Dios). La idea de Dios posee un atributo, la infinidad, tal que ningún otro pensamiento puede ser su causa. Esa idea, por ello, ha tenido que ser puesta en mi conciencia por una sustancia verdaderamente infinita, pues nosotros somos finitos. Pero, ¿cómo tenemos una idea de lo que no comprendemos? Para Descartes, "no debo juzgar que yo no concibo el infinito por medio de una verdadera idea, sino por medio de una mera negación de lo finito (así como concibo el reposo y la oscuridad por medio de la negación del movimiento y de la luz)". Gómez Pin se pregunta: "¿Una idea que no abarca (no comprende) sus propios contenidos ¿es verdaderamente idea o mera designación de lo que no está presente y no hemos visto?". Ya Leibniz sospechaba de los argumentos cartesianos sobre la existencia de Dios. Frente a los que cuestionaban la posibilidad de que tengamos en absoluto idea de Dios, o los que reconociendo esta idea, no conciben la existencia como una perfección, Leibniz considera que la existencia de Dios es "presumible", que ésta se deduce de su posibilidad (aunque "esta posibilidad está todavía por demostrar"): "La presunción de la posibilidad de Dios puede ser suficiente en la experiencia de la vida, pero no basta para una demostración".

sábado, 18 de marzo de 2023

El problema del método y la revolución científica del siglo XVII en Europa.

Galileo muestra el funcionamiento del telescopio a miembros de la curia romana.

 La revolución científica del siglo XVII en Europa, frente al aristotelismo y la tradición escolástica, se basó en el uso del método experimental y de las matemáticas para la investigación de la naturaleza. Esta revolución transformó la astronomía y la cosmología, alcanzó a la física y se extendería a las demás ciencias durante los siglos posteriores. En esta revolución tuvo un papel importante el redescubrimiento de los métodos griegos de análisis geométrico, con la relectura de las obras de Euclides, Apolonio, Arquímedes y Pappus. Como ha señalado Javier Echeverría ("Influencia de las matemáticas en la emergencia de la filosofía moderna", 1994), "la ciencia deja de ser contemplativa y estática para convertirse, por medio de demostraciones geométricas y previa experimentación, en un Ars inveniendi". Subyace una lógica de la invención, no sólo del descubrimiento.

A finales del siglo XVI, se debatía sobre si las matemáticas eran una ciencia o no, en el sentido aristotélico del término. El conocimiento de la geometría ayudaba muy poco -destaca Echeverría- a las artes de la disputatio, cuyo dominio era el principal objetivo de la enseñanza escolástica... Una demostración matemática no tiene que ser argumentada retórica ni dialécticamente: basta con meditarla silenciosamente". Es un saber más ligado a la escritura que al discurso hablado, y que no necesita someterse a la autoridad presente en la disputatio escolástica. Además, las observaciones astronómicas y ópticas de los matemáticos estaban cargadas de teoría, realizadas mediante instrumentos y expuestas con la ayuda de técnicas geométricas y calculatorias específicas que requerían una competencia previa. La emergencia de la ciencia moderna está así asociada a la aparición de academias, sociedades científicas, laboratorios experimentales, bibliotecas... Se trata de una concepción no estática e intemporal del saber, sino transformadora del mundo y la sociedad.

Los métodos de análisis y síntesis usados por los matemáticos se convirtieron en un modelo a imitar en otras ciencias, incluida la filosofía. Pero el método griego de análisis y síntesis presentó muy diversas concepciones durante los siglos XVI y XVII: los métodos analíticos o sintéticos de la geometría antigua, de las ciencias naturales empíricas, del álgebra naciente, la combinatoria de Lulio... 

Para los científicos modernos, afirma Echeverría, "la verdad ya no hay que buscarla en las Escrituras, ni tampoco en el corpus aristotélico: disponemos de otro libro, la Naturaleza, que tenemos que aprender a leer; y para ello, según Galileo, no hay más remedio que aprender geometría". Y es en Descartes donde aparece una reflexión amplia sobre estos nuevos criterios metodológicos. Descartes propone unas reglas para la ciencia y la filosofía, accesibles a todo el mundo, breves y fáciles. En el siglo XVII, tanto en el campo de la ética (Spinoza) como en el de la política (Hobbes) se pretende construir una filosofía more geometrico. En estas nuevas versiones del análisis y la síntesis, "ya no se trata de analizar figuras geométricas, sino proposiciones, al objeto de determinar su verdad o falsedad". No obstante, estas tentativas de exponer la filosofía more geometrico, aunque relevantes, no resolvieron el problema del método en la filosofía.

La revolución cosmológica en Descartes

El universo tal como lo concibe Descartes bajo su sistema de vórtices de éter alrededor de soles y planetas. Fuente: wikipedia.


Existen algunas peculiaridades en la concepción del mundo en Descartes, respecto a la teoría copernicana con la que generalmente le asociamos. En los capítulos 8-10 de El Mundo, Descartes presenta la estructura del universo como una sucesión indefinida de sistemas solares-planetarios formados por un conjunto de planetas que giran en torno a un sol o estrella central (y eventualmente algún cometa: los cometas son tierras periféricas que por razones mecánicas pasan de un sistema solar a otro). Esos sistemas están en contacto recíproco, separados por el "firmamento", en forma de torbellinos en equilibrio mutuo (aunque no excluye la posibilidad de que uno de ellos desaparezca destruido por los otros torbellinos que le circundan). El universo no es infinito, pues sólo Dios es infinito; pero nuestra inteligencia no puede concebirlo finito, por lo que hemos de declararlo "indefinido" (quizás un subterfugio para evitar dificultades con la Iglesia católica, que condenó tesis infinitistas como la de Giordano Bruno).

Descartes es heliocentrista (las estrellas están, fijas en el centro de su sistema, aunque rotando sobre sí mismas), pero curiosamente lo hace compatible con la inmovilidad de la Tierra, arrastrada por el torbellino de cielo fluido en torno al Sol. ¿Fue esto una manera de escapar de la condena de la Inquisición, que ya había condenado a Galileo? En el universo cartesiano no existe el vacío (pues identifica la materia con el espacio geométrico), es homogéneo (como muestra el carácter universal de las leyes del movimiento) y mecanicista (pues, lejos del vitalismo animista de Bruno, no existen principios activos internos, sino que toda modificación se produce por el choque mecánico de partículas).

Teoría de los corpúsculos de Descartes
Como señala Miguel Ángel Granada ("La revolución cosmológica: de Copérnico a Descartes", 2000), de cuyo artículo hemos tomado las ideas anteriores, respecto a la materia, ésta "existe en la forma de corpúsculos mínimos o elementales de extensión que Descartes no denomina átomos porque el que sean naturalmente indivisibles no impide que Dios los pueda dividir". Estos corpúsculos son de tres clases, en función de su figura, tamaño y velocidad. El movimiento del universo es conservado por Dios en la misma cantidad en que fue creado al inicio y es gobernado por las leyes del movimiento (de carácter universal).

Tras la muerte de Descartes, su cosmología se vería devaluada tras la crítica newtoniana y leibniziana. En la nueva cosmología iban a entrar los átomos (concebidos como materia impenetrable, además de la extensión espacial), el vacío, los principios activos de la materia y la acción a distancia.

martes, 14 de marzo de 2023

El cogito cartesiano. El problema de la relación mente-cuerpo.

Para Descartes, el yo es dado de forma inmediata en el conocimiento, es una cierta entidad o sustancia. Pero ya David Hume, en su Tratado de la naturaleza humana (1739), objetaba que realmente no sabemos de qué impresiones podía derivarse la idea del yo, ya que él es a lo que van referidas las distintas impresiones e ideas. Cuando intento penetrar en mi yo, lo único que encuentro es estados mentales concretos, sensaciones o sentimientos. Más tarde, Immanuel Kant en su Crítica de la razón pura (1781), defendió que el yo en tanto objeto del sentido interno, es tema de la metafísica pero no de una ciencia con fundamento empírico, porque no hay percepción interna del yo, sino tan sólo una apercepción consistente en que la idea "Yo pienso" acompaña a toda representación y es condición de toda experiencia. Ya en el siglo XX, Ludwig Wittgenstein (Tractatus Logico-Philosophicus, 1921), señalaba que el yo, o sujeto, no es parte del mundo, sino límite de éste, porque hay mundo en la medida en que hay sujeto, igual que hay campo visual en la medida en que hay ojo, aun cuando el ojo no se parte del campo visual. En consecuencia, si sólo se puede hablar de lo que hay en el mundo, el término "yo" podría eliminarse del lenguaje.
 
¿Qué entendemos por "yo"? Según Jesús Mosterín (La naturaleza humana, Austral), si por "yo" entendemos mi conciencia, tendríamos que reconocer que ésta es intermitente y discontinua en el tiempo (pues queda interrumpida mientras dormimos). Si entiendo por yo "el organismo que soy, el sistema organizado de células en que consisto", debo reconocer que la actividad cerebral es continua, aunque solo una parte de su actividad sea consciente. En este sentido, el del yo como organismo o cerebro, el yo permanente, sí existe. "Pero si por yo entendemos la conciencia, no hay uno, sino muchos yoes fugaces y distintos, separados entre sí por periodos inconscientes de no-yo". Pero en nuestro cerebro no parece diseñado de modo unitario, sino que en él se superponen distintas etapas de nuestra historia evolutiva, por lo que con frecuencia nos planteamos conflictos en nuestro comportamiento. No obstante, la conciencia no parece ser un término suficientemente definido. Parece haber distintos grados de conciencia: sólo parece haber pérdida total de conciencia en el sueño profundo, en la fase REM, somos conscientes de las imágenes generadas en nuestro cerebro, aunque no del mundo exterior). Quizás también, en la evolución, haya una forma de conciencia previa al lenguaje y otra posterior al desarrollo de éste que posibilite la constitución de un "yo".

Según Víctor Gómez Pin (Descartes, Dopesa, 1979), "traducir el je pense donc je suis por "pienso, luego existo" equivale pura y simplemente a traicionar el texto". En el Discurso del método se evita el problemático término "existo". En el cogito cartesiano, "el pensamiento se distancia de sí mismo a fin de aprehenderse como tal pensamiento". "¿Qué nos dice el yo pienso cartesiano? Pues que hay una cosa de la que no puedo en modo alguno dudar, a saber: que en todo momento tengo la cabeza llena de ideas". "Al situar el cogito como verdad fundacional, Descartes escapa al discurso religioso para acceder al discurso teórico, o sea al discurso que versa exclusivamente sobre lo que se ve". Como señala Gómez Pin, "es impensable el estar sin pensar; de ahí la certidumbre del cogito". Pero, "el enunciado de la única certidumbre que Descartes posee se hace en primera persona: pienso (que no resuelve la duda de la existencia de otros "yo"). Probablemente Descartes debía haber dicho "hay pensamientos", sin presuponer que exista una entidad que sustenta estos pensamientos. 

Parece pues, como señala José Hierro Pescador (Filosofía de la mente y de la ciencia cognitiva, Akal, 2005) que "para Descartes, yo soy una sustancia pensante (o alma) íntimamente unida a un cuerpo del cual no necesita para existir. Ésta es la manifestación más influyente del dualismo en la modernidad, que ciertamente venía a salvar el dogma religioso de la inmortalidad del alma". Pero este dualismo será criticado más adelante bajo el epíteto de "mito del fantasma en la máquina" (G. Ryle, The Concept of Mind, 1949). Descartes no explica bien cómo se comunican la mente y el cuerpo, siendo de naturalezas tan distintas. Su recurso a la glándula pineal, en el cerebro, no aclara el problema. La solución quizás es que no existe tal lugar de interacción entre mente y cuerpo. Ya para Hume, la mente no es un lugar donde ocurre algo, sino el propio ocurrir, son las sucesivas percepciones lo que constituye la mente. Para Ryle, al que hemos mencionado anteriormente, el error de Descartes consistiría en considerar que la mente pertenece a la misma categoría filosófica de sustancia que el cuerpo, "en imaginar la mente, por analogía al cuerpo, como algo que obedece a las leyes físicas y funciona de la misma manera", en dar por supuesto que su interacción podía explicarse de modo mecanicista. Mente y cuerpo, para Ryle, no son términos del mismo tipo lógico, lo que hay en ambos es distintos modos de "existir". Además, no hay una diferencia sustancial entre el conocimiento propio y el conocimiento de los demás (no existe un acceso privilegiado a la propia mente). Hay diferencias, pero de grado, y no siempre a favor del conocimiento propio.

Para saber más: 

Para una visión del problema desde la neurociencia, ver Carl Zimmer, "La neurobiología del yo", Investigación y ciencia, enero, 2006.

¿Se puede explicar la conciencia en términos exclusivamente neurobiológicos o computacionales? ¿Se puede reducir su estudio al estudio del cerebro? ¿Existe alguna forma de conciencia primaria en otros organismos animales? Para una aproximación científica más completa a la conciencia, ver el capítulo XVI del libro de Ferrater Mora que citamos arriba.