martes, 14 de marzo de 2023

El cogito cartesiano. El problema de la relación mente-cuerpo.

Para Descartes, el yo es dado de forma inmediata en el conocimiento, es una cierta entidad o sustancia. Pero ya David Hume, en su Tratado de la naturaleza humana (1739), objetaba que realmente no sabemos de qué impresiones podía derivarse la idea del yo, ya que él es a lo que van referidas las distintas impresiones e ideas. Cuando intento penetrar en mi yo, lo único que encuentro es estados mentales concretos, sensaciones o sentimientos. Más tarde, Immanuel Kant en su Crítica de la razón pura (1781), defendió que el yo en tanto objeto del sentido interno, es tema de la metafísica pero no de una ciencia con fundamento empírico, porque no hay percepción interna del yo, sino tan sólo una apercepción consistente en que la idea "Yo pienso" acompaña a toda representación y es condición de toda experiencia. Ya en el siglo XX, Ludwig Wittgenstein (Tractatus Logico-Philosophicus, 1921), señalaba que el yo, o sujeto, no es parte del mundo, sino límite de éste, porque hay mundo en la medida en que hay sujeto, igual que hay campo visual en la medida en que hay ojo, aun cuando el ojo no se parte del campo visual. En consecuencia, si sólo se puede hablar de lo que hay en el mundo, el término "yo" podría eliminarse del lenguaje.
 
¿Qué entendemos por "yo"? Según Jesús Mosterín (La naturaleza humana, Austral), si por "yo" entendemos mi conciencia, tendríamos que reconocer que ésta es intermitente y discontinua en el tiempo (pues queda interrumpida mientras dormimos). Si entiendo por yo "el organismo que soy, el sistema organizado de células en que consisto", debo reconocer que la actividad cerebral es continua, aunque solo una parte de su actividad sea consciente. En este sentido, el del yo como organismo o cerebro, el yo permanente, sí existe. "Pero si por yo entendemos la conciencia, no hay uno, sino muchos yoes fugaces y distintos, separados entre sí por periodos inconscientes de no-yo". Pero en nuestro cerebro no parece diseñado de modo unitario, sino que en él se superponen distintas etapas de nuestra historia evolutiva, por lo que con frecuencia nos planteamos conflictos en nuestro comportamiento. No obstante, la conciencia no parece ser un término suficientemente definido. Parece haber distintos grados de conciencia: sólo parece haber pérdida total de conciencia en el sueño profundo, en la fase REM, somos conscientes de las imágenes generadas en nuestro cerebro, aunque no del mundo exterior). Quizás también, en la evolución, haya una forma de conciencia previa al lenguaje y otra posterior al desarrollo de éste que posibilite la constitución de un "yo".

Según Víctor Gómez Pin (Descartes, Dopesa, 1979), "traducir el je pense donc je suis por "pienso, luego existo" equivale pura y simplemente a traicionar el texto". En el Discurso del método se evita el problemático término "existo". En el cogito cartesiano, "el pensamiento se distancia de sí mismo a fin de aprehenderse como tal pensamiento". "¿Qué nos dice el yo pienso cartesiano? Pues que hay una cosa de la que no puedo en modo alguno dudar, a saber: que en todo momento tengo la cabeza llena de ideas". "Al situar el cogito como verdad fundacional, Descartes escapa al discurso religioso para acceder al discurso teórico, o sea al discurso que versa exclusivamente sobre lo que se ve". Como señala Gómez Pin, "es impensable el estar sin pensar; de ahí la certidumbre del cogito". Pero, "el enunciado de la única certidumbre que Descartes posee se hace en primera persona: pienso (que no resuelve la duda de la existencia de otros "yo"). Probablemente Descartes debía haber dicho "hay pensamientos", sin presuponer que exista una entidad que sustenta estos pensamientos. 

Parece pues, como señala José Hierro Pescador (Filosofía de la mente y de la ciencia cognitiva, Akal, 2005) que "para Descartes, yo soy una sustancia pensante (o alma) íntimamente unida a un cuerpo del cual no necesita para existir. Ésta es la manifestación más influyente del dualismo en la modernidad, que ciertamente venía a salvar el dogma religioso de la inmortalidad del alma". Pero este dualismo será criticado más adelante bajo el epíteto de "mito del fantasma en la máquina" (G. Ryle, The Concept of Mind, 1949). Descartes no explica bien cómo se comunican la mente y el cuerpo, siendo de naturalezas tan distintas. Su recurso a la glándula pineal, en el cerebro, no aclara el problema. La solución quizás es que no existe tal lugar de interacción entre mente y cuerpo. Ya para Hume, la mente no es un lugar donde ocurre algo, sino el propio ocurrir, son las sucesivas percepciones lo que constituye la mente. Para Ryle, al que hemos mencionado anteriormente, el error de Descartes consistiría en considerar que la mente pertenece a la misma categoría filosófica de sustancia que el cuerpo, "en imaginar la mente, por analogía al cuerpo, como algo que obedece a las leyes físicas y funciona de la misma manera", en dar por supuesto que su interacción podía explicarse de modo mecanicista. Mente y cuerpo, para Ryle, no son términos del mismo tipo lógico, lo que hay en ambos es distintos modos de "existir". Además, no hay una diferencia sustancial entre el conocimiento propio y el conocimiento de los demás (no existe un acceso privilegiado a la propia mente). Hay diferencias, pero de grado, y no siempre a favor del conocimiento propio.

Para saber más: 

Para una visión del problema desde la neurociencia, ver Carl Zimmer, "La neurobiología del yo", Investigación y ciencia, enero, 2006.

¿Se puede explicar la conciencia en términos exclusivamente neurobiológicos o computacionales? ¿Se puede reducir su estudio al estudio del cerebro? ¿Existe alguna forma de conciencia primaria en otros organismos animales? Para una aproximación científica más completa a la conciencia, ver el capítulo XVI del libro de Ferrater Mora que citamos arriba.

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