Mas lo que a un pueblo no le
resulta lícito decidir sobre sí mismo, menos aún le cabe decidirlo
a un monarca sobre el pueblo; porque su autoridad legislativa
descansa precisamente en que reúne la voluntad íntegra del pueblo
en la suya propia. A este respecto, si ese monarca se limita a hacer
coexistir con el ordenamiento civil cualquier mejora presunta o
auténtica, entonces dejará que los súbditos hagan cuanto
encuentren necesario para la salvación de su alma; esto es algo que
no le incumbe en absoluto, pero en cambio sí le compete impedir que
unos perturben violentamente a otros, al emplear toda su capacidad en
la determinación y promoción de dicha salvación. El monarca daña
su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al control
gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar
sus opiniones, tanto si la hace por considerar superior su propio
criterio, con lo cual se hace acreedor del reproche: Caesar
non est supra Grammaticos,
como -mucho más todavía- si humilla su poder supremo al amparar,
dentro de su Estado, el despotismo espiritual de algunos tiranos
frente al resto de sus súbditos (...). Bajo tal mirada esta
época nuestra
puede ser llamada «época de la Ilustración» o también «el Siglo
de Federico».
Un
príncipe que no considera indigno de sí reconocer como un deber
suyo el no prescribir a los hombres nada en cuestiones de religión,
sino que les deja plena libertad para ello e incluso rehúsa el
altivo nombre de tolerancia,
es un príncipe ilustrado y merece que el mundo y la posteridad se lo
agradezcan, ensalzándolo por haber sido el primero en haber librado
al género humano de la minoría de edad, cuando menos por parte del
gobierno, dejando libre a cada cual para servirse de su propia razón
en todo cuanto tiene que ver con la conciencia.
I. Kant, ¿Qué es la Ilustración?
¿Pero, quién fue Federico II de Prusia?
Al
término de la guerra de los siete años (1756-1763), Prusia ya estuvo en condiciones de rivalizar con
Austria por el dominio de los estados alemanes. Federico II el Grande se
alió con Catalina II de Rusia en 1764, y mediante la primera partición
de Polonia en 1772 obtuvo la Prusia polaca, además de Gdansk (Danzig) y
Torun (Thorn). Königsberg pasó entonces a ser la capital de la provincia
de la Prusia del Oriental.
En
1785 se dio otro paso más hacia la destrucción de la dominación
austriaca: Federico reunió a los príncipes alemanes para crear una
alianza, la Liga de príncipes independientes (Fürstenbund) que reunía a Sajonia,
Hannover, Turingia, Baden y algunos territorios menores. Con dicha
alianza fue capaz de frenar los proyectos de engrandecimiento de Austria
a costa de la crisis de la sucesión bávara. La victoria de Federico el
Grande sobre las aspiraciones austríacas anticipaba, en sus últimos
días, el futuro papel de Prusia como cabeza de la Alemania del Norte y
como núcleo de la futura unidad alemana.
Como exponente del despotismo ilustrado,
a Federico se le conoce por modernizar la burocracia y la
administración pública prusiana, y por llevar a cabo diversas políticas
de carácter religioso, que abarcan desde la tolerancia hasta la
opresión, en función de las circunstancias.
Reforma el sistema judicial y hace posible que los hombres de origen no
aristocrático puedan llegar a la judicatura o a los principales puestos
burocráticos. Algunos críticos, sin embargo, recalcan que sus medidas
son opresivas contra sus súbditos polacos conquistados. Apoya las artes y la filosofía, aunque al mismo tiempo emite diversas leyes de censura a la prensa.
Pese a sus ideales protestantes, cabe destacar la tolerancia de Federico hacia católicos y judíos
en contraste con otros países de la Europa reformada. A pesar de ello,
tan sólo aquellos que mantenían prácticas protestantes podían ser
elegidos por el rey para desempeñar cargos públicos. Aunque toleraba a
las dos ya nombradas religiones, sobre todo durante el final de su vida
desarrolló un fuerte sentimiento en contra de otros credos. Ejemplos de
esto son la desmantelación de conventos católicos en Polonia o su
maracdo antisemitismo, muy visible en su Testamento político donde llegó a afirmar que la presencia de judíos debía ser regulada.
¿En qué consiste el "contrato social" de los ciudadanos con el gobernante?
El "contrato social" que plantea el pensamiento político liberal a partir del siglo XVII permitiría a los individuos salir del
estado de naturaleza para entrar en el
estado civil. No era visto como un hecho histórico (no se afirmaba la realidad histórica de ese "estado de naturaleza") sino como una
hipótesis que decía cómo debería ser administrado el Estado. Fue en Inglaterra donde surgió el primer modelo de Estado moderno con poderes legislativo y ejecutivo separados.
John Locke fue su teórico más destacado, al diseñar en sus
Dos tratados de 1690 la teoría sobre el gobierno civil. Una propuesta de sociedad civil que amplió en su
Carta sobre la tolerancia, en la que defendía (al igual que hemos visto en Kant) la tesis de que un Estado se hace fuerte y alcanza una paz duradera cuando es capaz de proteger la libertad religiosa, pues esta es necesaria para la paz y la convivencia de sus ciudadanos. Algo parecido hemos leído en Kant:
"Ahora bien, ¿acaso una
asociación eclesiástica –cual una especie de sínodo o (como se
autodenomina entre los holandeses) grupo venerable- no debiera estar
autorizada a juramentarse sobre cierto credo inmutable, para ejercer
una suprema e incesante tutela sobre cada uno de sus miembros y, a
través suyo, sobre el pueblo, a
fin de eternizarse? Yo mantengo que tal cosa es completamente
imposible. Semejante contrato, que daría por cancelada para siempre
cualquier ilustración ulterior del género humano, es absolutamente
nulo e inválido; y seguiría siendo así, aun cuando quedase
ratificado por el poder supremo, la dieta imperial y los más
solemnes tratados de paz".
I. Kant, ¿Qué es la Ilustración?
“La
Ilustración alemana, notoriamente menos radical que la francesa, carece
de posturas materialistas, ateas o revolucionarias; su historia
consiste, esencialmente, en un erudito debate entre los partidarios de
una religión “racional” (Reimarus, Lessing, Mendelssohn) y los no menos
comedidos defensores de la religión revelada (Hamann y Herder)”.
L. A. Bredlow, Kant esencial, Montesinos, Barcelona, 2010.
Para Kant, el contrato social era el propio de una
constitución republicana si implicaba la igualdad o sumisión absoluta de los individuos a una autoridad (lo cual acercaba el pensamiento kantiano a
Thomas Hobbes). Pero, al mismo tiempo, garantizaba la libertad, que el ciudadano fuera colegislador, esto es, que ninguna ley pudiera ser aprobada sin su consentimiento y que, por tanto, el gobernante tuviera que dictar las leyes
como si emanasen de la voluntad general (lo cual aproxima el pensamiento de Kant a
J. J. Rousseau):
La piedra de toque de todo
cuanto puede acordarse como ley para un pueblo se cifra en esta
cuestión: ¿acaso podría un pueblo imponerse a sí mismo semejante
ley?
I. Kant, ¿Qué es la Ilustración?
El contrato social originario tenía que respetar también el principio de ciudadanía, que implicaba la elección de representantes. Pero, al contrario que Rousseau, para quien todos los hombres son ciudadanos, Kant distingue entre ciudadanos activos y pasivos siguiendo el criterio de posesión de tierras.