martes, 5 de enero de 2021

Sócrates furioso. El pensador y la ciudad

 
En el libro Sócrates furioso. El pensador y la ciudad, de Rafael del Águila (Anagrama, 2004), el autor señala, en referencia a la condena de Sócrates por la democracia ateniense, cómo "una sociedad libre debe dejar espacio al desafío para ser fuerte y mantenerse despierta". Una reflexión que también se podría aplicar a nuestra democracia actual, y las últimas condenas judiciales por delitos de opinión.

    Sócrates sería el primer y mejor ejemplo de las tensiones entre el pensador y la ciudad, la mejor demostración de que pensar e intervenir en el mundo no son tareas apacibles y tranquilas. Trata así de analizar las consecuencias políticas de la enseñanza socrática. Y para ello es necesario cuestionar lo que denomina "la falacia socrática": "aquella idea que sugiere que el pensamiento conduce al bien y que el bien siempre produce bien". Quizás confiemos demasiado en la alianza entre el pensamiento y el bien, y, como sugería Maquiavelo, no vivimos en un mundo en el que la buena voluntad baste, porque en él el bien y el mal se hallan entrelazados. 

    El propio título del libro, Sócrates furioso, alude a "la indignación del logos ante la resistencia del mundo a dejarse modelar por la palabra". El mito de la caverna representaría así la doble dirección de alejamiento y retorno que acompañaría al pensador respecto de la polis. Por un lado, aprender, pensar, supone un alejamiento respecto del mundo de los asuntos humanos hacia lo que permanece pese al ajetreo de la vida cotidiana. El movimiento de vuelta a la caverna representa el retorno al mundo que compartimos con otros que nos exige deberes como la responsabilidad, la solidaridad o la compasión. Quizás, como señala Rafael del Águila, el problema político que puede plantear este mito tiene que ver con el desprecio de la realidad y la sobrevaloración del sabio:

"El vértigo que Platón siente ante la contingencia de la política le ha llevado quizá demasiado lejos al reivindicar un refugio seguro del saber como la vía para ordenar el mundo imperfecto de lo real y ha reservado para los pensadores un lugar acaso inmerecido y desde luego inapropiado, el de gobernantes".

        La asamblea condenó a muerte a Sócrates a partir de graves acusaciones: de impiedad y de corromper a los jóvenes. Su daimon, su espíritu inquisitivo, era contemplado con desconfianza por la polis, por su capacidad desestabilizadora, elusiva, capaz de socavar la tradición e instaurar la duda en los fundamentos de la convivencia.


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