Noticia del entierro de Ortega y Gasset. |
Ya en plena guerra civil, el 16 de enero de 1937, el bando franquista dictaba “órdenes encaminadas a sustituir la destrucción indiscriminada de libros por la creación de secciones de reservados y prohibidos”. Para aplicar esta normativa, y evitar así los excesos purificadores de los episodios de quema de libros que se habían producido, se crearon las Comisiones Depuradoras de bibliotecas. En el BOE del 17 de setiembre de 1937 se establecía la creación de una lista de todos los centros de lectura y de una Comisión depuradora. Se ordenaba que “las obras pornográficas y de propaganda revolucionaria” debían ser destruidas, y “aquellos de mérito literario o científico que tengan contenido ideológico nocivo”, serían guardados “en lugar no visible ni de fácil acceso al público, salvo autorización”. Así se legalizó la destrucción, incautación y retirada de muchos libros de bibliotecas escolares, populares, públicas y particulares. Así, por ejemplo, al finalizar la guerra, se retiraron de la biblioteca del Ateneo hispalense, trescientos ochenta y un libros que se depositaron en la Biblioteca Universitaria, en una zona apartada (en la que se mantuvieron hasta 1993), entre ellos, obras de Comte, Engels, Kierkegaard, Krause, Lenin, Maquiavelo, Marx, Nietzsche, Proudhon, Rousseau, etc. (Vid. J. L. Rubio Mayoral “La depuración de lacultura popular. La Universidad y el Ateneo de Sevilla en la censura de librosdurante la guerra civil” Represura, nº 5, junio 2008).
De esta manera se expresaba el Jefe del Servicio Nacional de Archivos, Bibliotecas y Propiedad Intelectual, creado por la dictadura en 1938:
“Se acerca la hora en que toda la literatura tendrá que estudiarse desde los puntos de vista señalados y en que el uso del libro tendrá, por razones de higiene física, mental y social, que reglamentarse y someterse a receta. Las bibliotecas, como las farmacias, podrán tener obras equiparables por sus efectos a los venenos, como el pantapón, la morfina y el sublimado, pero que serán de lectura recomendable para la formación de cierto tipo de hombres. Así como no está permitido que los enfermos entren en las farmacias y se sirvan directamente y sin ninguna intervención el medicamento que se les antoje y en las dosis en que se les ocurra, así tampoco podrá haber biblioteca sin bibliotecarios expertos que sepan guiar a los lectores y asuman la formidable responsabilidad social y religiosa de su cargo”. (A. Alted Vigil, Política del nuevo estado sobre el patrimonio cultural y la educación durante la guerra civil española, Ministerio de Cultura, 1984, p. 55).Existía, además de la oficial, una censura eclesiástica, establecida básicamente a partir de las normas establecidas en el Índice romano”. En el Índice de Roma de 1949 estaban incluidas la obras de Descartes, Kant (Crítica de la Razón Pura), Pascal (Pensamientos) y Bergson. J. P. Sartre se incorporaría en 1948 y Miguel de Unamuno en 1957. Conviene recordar que el Índice no sería suprimido hasta 1966. Además, el convenio con la Santa Sede del 7 de junio de 1941, hacía vigentes los cuatro primeros artículos del concordato de 1851, según los cuales el Estado debía dispensar apoyo a los obispos para impedir la publicación o difusión de aquellas obras que hicieran peligrar la fe o las buenas costumbres
La muerte de Ortega, el 18 de octubre de 1955, supuso un gran impacto en el seno del campo filosófico, aunque la censura franquista ordenó que en las noticias sobre su muerte se informara de sus errores en materia religiosa, que no se publicaran fotografías y que se redujeran a tres, como máximo, los artículos sobre el filósofo. Las publicaciones que no acataron las consignas oficiales fueron penalizadas: la revista Ínsula fue suspendida entre febrero y diciembre de 1956 por excederse en el número de páginas autorizadas para un número monográfico dedicado a Ortega y Gasset (nº 119, noviembre 1955). Lo mismo le ocurrió a la revista Índice, aunque le fue levantada la suspensión tras tres meses (por las buenas relaciones de su director, falangista disidente).
También, incluso muerto, sufriría Ortega la presión integrista católica. Al parecer hubo intentos de incluir la obra de Ortega en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica. El asunto no llegó tan lejos, pero el 12 de julio de 1961 el Santo Oficio decretó la prohibición de la lectura de las obras de Ortega en los seminarios y escuelas de religiosos. Miguel de Unamuno no tendría esa "clemencia", y dos años después de la muerte de Ortega, en 1957, se incluyeron dos de sus libros (Del sentimiento trágico de la vida y Agonía del cristianismo) en el «Índice".
Otros intentaron convertirlo en uno más de los filósofos “conversos” que tanta reafirmación parecía producir en algunos sectores integristas católicos. La prensa del régimen, en su larga disputa con el laicismo del viejo maestro, ya se hizo eco de la supuesta conversión: en La Vanguardia Española (miércoles 19 octubre de 1955), Luis de Galinsoga comentaba: “Las informaciones periodísticas nos cuentan hoy los atributos religiosos que rodean el cuerpo yacente del filósofo que antes de morir hizo confesión. Y adulando al dictador, el periodista señalaba:
Una información del diario Ya, con cierto aire de vengativo triunfo frente al moribundo filósofo, titulaba: «Ortega y Gasset se reconcilia con la Iglesia»:Cuando a lo largo de la enfermedad que ha llevado al sepulcro a don José Ortega y Gasset, el Generalísimo Franco se interesaba casi a diario por el estado del egregio español, nos daba una vez más Su Excelencia la pauta de conducta y de posición ante el caso. Cómo iba a ignorar el Jefe del Estado los antecedentes del gran pensador en materia política, especialmente aquellos que, como un paréntesis aciago y por ventura fugaz, nos presentaron a Ortega esclavo de una pasión y casi de un sectarismo totalmente incompatibles con su alto señorío intelectual?(...) Ortega padeció una verdadera intoxicación espiritual en aquellos meses de funesta recordación, al influir con su pensamiento prodigioso y con su palabra deslumbrante en los destinos políticos de la España de 1931. (Esto último hacía referencia a su papel como diputado de las Cortes Constituyentes de la Segunda República, entre 1931 y 1932, en calidad de representante de la Agrupación al Servicio de la República, fundada en febrero de 1931 por Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y él mismo).
El estado de salud de don José Ortega y Gasset decayó algo el sábado pasado, pero el domingo a mediodía volvió a experimentar, dentro siempre de la persistente alarmante gravedad, una ligera mejoría. Con todo, ayer por la tarde la gravedad se acentuó y el ilustre paciente, al que rodeaban su esposa e hijos y contados discípulos y amigos, mostró deseos de reconciliarse con la Iglesia y, según nuestras noticias, se confesó con el padre Félix García(...). En dicha noche, ante la agravación del enfermo, la familia llamó al padre Félix, amigo de la casa. Al conocer don José Ortega y Gasset la presencia en su domicilio del sacerdote, pidió que le pasaran a la habitación y le invitó a que se sentase junto al lecho. Conversaron un momento y, por expresa voluntad del enfermo, el padre Félix pronunció las palabras: propias del momento. Don José besó el crucifijo que le tendía el sacerdote.
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