martes, 15 de noviembre de 2011

Comparación del texto de Tomás de Aquino con otras posiciones filosóficas del

Los planteamientos sobre la ley natural y su esencial racionalidad se pueden conectar con:

· La ética y política eudemonista de Aristóteles, en cuanto establece que el bien (en Tomás de Aquino habría que matizar: el bien natural) del ser humano se encuentra en la felicidad, entendida ésta como el éxito en el pleno desarrollo de las capacidades inscritas en su esencia y como actividad virtuosa que permite el mantenimiento de ese desarrollo. Asimismo, la definición de la virtud como justo medio entre dos extremos puede relacionarse con el énfasis puesto por el Aquinate en la racionalidad del orden por el que las inclinaciones humanas se adaptan a los preceptos de la ley natural – pues dicha racionalidad, ciertamente, excluye los excesos en los que tales inclinaciones podrían incurrir.
· Es también herencia de Aristóteles el afán de sistematicidad que se observa cuando se buscan paralelismos entre el orden de la razón teórica (especulativa) y el de la razón práctica en cuanto a la disposición y articulación de sus proposiciones, y particularmente en la especificación de principios universales de los que sea posible extraer las consecuencias pertinentes a cada uno de sus campos de estudio (la ciencia teórica, metafísica, teología natural – dependientes todas del más alto axioma o verdad evidente: el principio de no contradicción, – por un lado; la ética y la política – basadas en el máximo precepto: “haz el bien y evita el mal” – por otro).

· En pasajes puntuales se aprecia la dependencia de Tomás de Aquino de la otra herencia recibida, la platónico-agustiniana, principalmente en sus alusiones a las partes concupiscible e irascible de la naturaleza humana. En ellas se destaca la primacía de la razón, como reguladora del orden de la ley natural. Además, en estas alusiones no deja de estar presente también el análisis aristotélico del alma humana, que tiene en común con otros seres sus aspectos vegetativos y sensibles, de los que nacen inclinaciones que nos asemejan a ellos, si bien, en nuestro caso, están gobernadas por la razón.
· Una relación que permitiría una discusión original y fructífera sería con los viejos sofistas y su distinción entre naturaleza (fýsis) y ley (nómos). Ellos distinguían ambos conceptos e incluso los contrapusieron como guías contradictorias, en mutuo conflicto, de la acción humana. En cambio, Tomás de Aquino –siguiendo en esto a Aristóteles – entiende que son términos que se pueden hacer compatibles. Es más, para el Aquinate no hay más ley (humana) que la ley justa – las “leyes injustas” son desviaciones, aberraciones que no merecen el nombre de leyes – y ésta sólo puede basarse en la fuente original de la ley natural. En el caso de Aristóteles, esa fuente se identifica con la propia esencia humana, que es única y universal – compartida por todos los seres humanos – y gobernada idealmente por su propia racionalidad. En el caso de Tomás de Aquino, además, la ley natural es una réplica mundana de la ley eterna de Dios, de la que participa. Eso haría que cualquier desviación con respecto a ella – llevado por la “naturaleza”, según algunos sofistas como Antifonte – sería automáticamente, no sólo una ilegalidad, sino un acto antinatural y, además, pecaminoso.
    De esta manera, el cristianismo reinterpreta el viejo problema sofista, dentro de su propio marco doctrinal, como los problemas del libre albedrío y del mal. Según el planteamiento tomista, es un mayor bien que el ser humano se salve por sí mismo, mediante la libre elección de sus acciones, que si fuera siempre determinado por la voluntad divina y llevado por ella a la salvación. Eso introduce la posibilidad de elegir el mal, que es definido negativamente: falta de bien, de verdad, de ser. A lo que se añade el problema de que la Providencia divina conoce el mal, tanto su presencia general en el mundo como en los actos malvados concretos de las personas. Pero ¿qué pasa si suprimimos la dependencia de la ley con respecto a Dios? ¿y si eliminamos la que en Aristóteles y Aquino se establece con respecto a la naturaleza?

· Entramos de lleno en la Edad Moderna y, de paso, recuperamos en parte el viejo problema sofista. Cuando la ética y la filosofía política consigue desprenderse del lastre de la subordinación a la teología – lo que sucederá con planteamientos como el de Nicolás Maquiavelo o el iusnaturalismo de Hugo Grocio – se depositará la fuente de la ley únicamente en la naturaleza y en la razón. Pero las experiencias históricas de este periodo, como ya veremos, no sólo harán que la religión entre en crisis como autoridad moral y política que inspire las leyes: la crítica del aristotelismo como modelo científico y filosófico llevarán al rechazo de su visión de la naturaleza y la racionalidad humana. Entonces los pensadores éticos y políticos recuperarán la idea del pacto – racional, pero también convencional, voluntario, interesado para las partes, frágil – como origen y fundamento de la ley.. La teoría del pacto social se situará en el centro de la filosofía moral y política a través de las contribuciones de Hobbes, Locke o Rousseau, para quienes la naturaleza, por sí misma, no es base suficiente en la fundación del orden moral y político. La independencia de la razón, hacia la que Tomás de Aquino había empezado a apuntar, se hará una exigencia real de la filosofía, tanto en los aspectos éticos y políticos, como en todos los demás campos del pensamiento.

· La distinción entre razón teórica y razón práctica, que se plantea en el texto, será retomada en el siglo XVIII por Enmanuel Kant, en cuya filosofía adquirirá un significado crucial para negar la posibilidad de la metafísica como ciencia y sentar, en cambio, las bases de una metafísica práctica cuyo objeto será el análisis racional de los fines y normas de las acciones humanas. De esa manera, la autonomía de la razón práctica se hará aún más completa, al emanciparse por completo de los dictados de la filosofía teórica, especulativa y vana. Así, por ejemplo, la explicación sobre los rasgos de la evidencia teórica y sobre el concepto de enunciados verdaderos analíticamente (el significado del predicado está incluido en el del sujeto) que ofrece santo Tomás, será en la edad moderna objeto de debate entre racionalistas y empiristas y se rebatirá su papel de base de la metafísica y, desde luego, de la ética y la política. En su lugar, Kant propugnará, como veremos, la necesidad de una crítica y un examen formal de la propia razón humana, tanto en su faceta teórica como en la práctica, como única manera de llegar a la formulación de los principios universales y formales, tanto del conocimiento como de la acción.


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