viernes, 4 de diciembre de 2015

La vida de René Descartes y su época

Anthony Clifford Grayling, Descartes . La vida de René Descartes y su lugar en su época. Traducción de Antonio Lastra, Pre-Textos, Valencia 2007, 412 pp.
Este entretenido libro pretende situar lo que sabemos de la vida del filósofo francés René Descartes en el contexto de su época, algo que según su autor, han descuidado anteriores biografías. Entre otras curiosidades, sugiere que Descartes fue probablemente un espía al servicio de los jesuitas, lo que explicaría algunas etapas oscuras de la biografía de este pensador racionalista.: como su repentino deseo de ser ingeniero militar en un ejército protestante, el de Mauricio de Nassau, para más tarde pasar al bando católico cuando comenzaron las hostilidades de la Guerra de los treinta años (una guerra que duraría casi el resto de la vida de Descartes, y que forjaría la Europa de las “naciones Estado”); o el posible significado de su lema: “La vida escondida es la mejor”. Quizás por ello también fue advertido por el cardenal Berulle, al retornar a París después de sus viajes por Centroeuropa, de que no sería bienvenido en Francia (a la que no volvería en doce años). Los jesuitas, para los que supuestamente espiaba, eran consejeros y partidarios de los Austrias, enemigos de Francia .
Otro aspecto curioso es la polémica en torno a la supuesta pertenencia o posibles contactos de Descartes con el movimiento de los “Rosacruces”, algo que Grayling cree dudoso por la fidelidad de Descartes hacia los jesuitas y a la ortodoxia católica. El movimiento Rosacruz fue especialmente activo entre 1612 y 1623, y representaba una mezcla de magia, cábala y alquimia (algo que Descartes rechazaba), pero que también dio aliento a la investigación científica de la naturaleza y al rechazo de la física y metafísica aristotélicas (algo que Descartes sí apoyaba). Además, los miembros de la Rosacruz  también buscaban un modo sencillo, directo e infalible de descubrir la verdad de las cosas: la cuestión del método (algo en lo que también insistieron Descartes y el inglés Francis Bacon).
A pesar de su ortodoxia religiosa, las obras de Descartes acabaron en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia católica. En sus escritos habían cosas que intranquilizaban a la ortodoxia religiosa: como explica Grayling, según la teoría física cartesiana, una vez Dios le ha dado el empujón inicial al universo, el mecanismo puede seguir marchando durante toda la eternidad. De hecho, el miedo de Descartes ante la reciente condena de Galileo por la Iglesia, le hizo extractar partes de su obra El Mundo, y unirlas a sus escritos sobre el método, lo que acabaría constituyendo el Discurso del Método, uno de los dos textos seminales del mundo moderno (junto a los Principia de Newton). El Discurso estaba escrito en francés, y no en latín, la lengua culta, lo que Descartes justificaba explicando, al final de su famoso prólogo, que así  “esperaba que quienes usan su razón natural en toda su pureza serán mejores jueces de mis opiniones que quienes sólo dan crédito a los escritos de los antiguos”. El gran interés que despertó el Discurso le llevó a redactar con más claridad su filosofía  y para ello comenzó la redacción de las Meditaciones metafísicas, que tenían como subtítulo “Donde se demuestra la existencia de Dios y la distinción entre el alma y el cuerpo humanos”. A pesar de intentar responder a las objeciones y justificar su ortodoxia, su libro provocó fuertes controversias en las Universidades de Utrecht y Leiden. En esta época, se habían producido resonantes condenas a muerte, p or ateísmo, de filósofos “libertinos” como Vanini o poetas como Théophile de Viau. Pero Descartes contaba con la amistad, entre otros, de pensadores como Mersenne, cuyo alojamiento en París se convirtió en lugar de encuentro de los mejores matemáticos de la época, incluido el propio Descartes. Mersenne, que había sido alumno también en el colegio jesuita de La Flèche, aunque dos años antes que Descartes, fue traductor y comentarista de Galileo. Descartes había establecido su residencia en las Provincias Unidas de los Países Bajos libres, que entonces disfrutaban de su Siglo de Oro,  y allí permaneció ya durante el resto de su vida, cambiando a menudo de residencia e inscribiéndose en distintas Universidades del país.
Su fama intelectual llamó la atención de dos mujeres social e intelectualmente distinguidas: la princesa Isabel de Bohemia y la reina Cristina de Suecia. Las preguntas de la primera, especialmente acerca del problema de cómo las acciones y pasiones del alma influían sobre el cuerpo, inspirarían a Descartes la redacción del tratado Las pasiones del alma. En Las pasiones, Descartes daba una explicación mecanicista del funcionamiento de músculos y nervios, e insistía en la opinión de que la glándula pineal era el lugar del cerebro donde “el alma ejerce sus funciones con más detalle que en ninguna otra parte del cuerpo”. En la segunda parte del libro, trataba de las pasiones por separado (el amor y el odio, el deseo, la esperanza...). La moral cartesiana se asemeja a una cristianización de la moralidad práctica estoica. Por otro lado, Descartes mantenía una extraña concepción de los cuerpos animales no humanos, a los que interpretaba como meras máquinas, privadas de emoción y sensación, actuando simplemente por estímulos y respuestas. La razón de esta teoría parece ser más teológica que científica: los animales no podían tener alma. 
En 1944 publicó los Principios de filosofía, donde resumía lo esencial de su filosofía y exponía su cosmología y su mecánica. Como explica Grayling, “en opinión de Descartes, el universo es una plétora de materia en diferentes estados; no hay vacío: el espacio y la materia son lo mismo. Para que algo se mueva, por tanto, algo más ha de moverse... Su mecánica, brevemente resumida, emplea sólo las nociones de tamaño, velocidad y reposo o movimiento. El reposo y el movimiento son estados de los cuerpos que dependen del impulso mecánico de otros cuerpos”. Describía así un universo lleno de torbellinos locales o vórtices de materia en diferentes grados de rudeza o fluidez. En el centro de cada vórtice, la materia se movería más despacio que en los márgenes exteriores. Newton más tarde pondría en cuestión esta teoría física, y la disputa entre cartesianos y newtonianos fue durante un tiempo furiosa.
En mayo de 1944, Descartes viaja a Francia para resolver asuntos de familia, tras la muerte de su padre. Volvería otra vez en 1947, cuando se encontraría con el filósofo Thomas Hobbes y con el joven Blaise Pascal. Al parecer, Descartes pretendía obtener una pensión en nombre del rey, o un cargo renumerado, como reconocimiento a su aportación intelectual. Su fracaso, quizás pudo animarlo a aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia, que pretendía, según Grayling,  “convertir su corte en un centro de enseñanza y cultura que hiciera justicia a los ideales más elevados del Renacimiento tardío”. Pero a la llegada de Descartes, la reina había reemplazado  su pasión por la filosofía por el estudio de la antigua Grecia. Descartes se veía así obligado, tras su llegada a Estocolmo, a otras tareas, como componer un libreto para un ballet o los estatutos para una Academia sueca (algo que le resultó más agradable). Pero Descartes cayó enfermo y murió el 11 de febrero de 1650. En 1667 su cadáver fue exhumado y transportado a Francia. Tras varios sepelios fue enterrado en la iglesia de St-Germain des Près, donde yace ahora, sin cabeza. Su calavera sería vendida varias veces (siendo custodiada en la actualidad en el Musée de l’Homme).
En opinión de Grayling, a Descartes le preocupaba que su ciencia –mecanicista, copernicana y materialista- no contradijera los fundamentos de la fe cristiana: “Su metafísica (su filosofía) era esencial para fundamentar su ciencia, no en el sentido de que la ciencia fuera una consecuencia de la metafísica, sino porque la ciencia obtenía de la metafísica una patente de ortodoxia”. Grayling señala también tres aspectos muy discutidos del pensamiento cartesiano: los argumentos escépticos que usa al aplicar el método de la duda, su insistencia en la diferencia esencial entre el alma y la materia, y su confianza en la bondad de una deidad que sirve de garantía a nuestras investigaciones
1. Respecto a la primera crítica, Grayling señala que Descartes era un escéptico metodológico: usó los argumentos escépticos para mostrar que, de hecho, conocemos.
2. En relación con el otro gran asunto pendiente de su filosofía, el problema del alma y el cuerpo, Grayling indica que sigue siendo fuente de un debate inmenso en filosofía y últimamente también en psicología y neurociencia. “Los neurocientíficos tienen en la actualidad un detallado conocimiento empírico de las funciones cerebrales y su relación con la actividad mental, y son capaces de localizar muchos procesos conscientes en estructuras cerebrales definidas. Pero estos avances sólo sirven para relacionar la actividad cerebral con los sucesos mentales; no explican cómo la primera explica la última” (363). Una estrategia para resolver esta dificultad, según Grayling, es la de aceptar que nuestros modos de hablar sobre los fenómenos mentales y físicos son irreductiblemente distintos, aunque se refieran a lo mismo (como en el ejemplo de un físico y un psicólogo describiendo un partido de fútbol). Asimismo, cita al neurofisiólogo norteamericano Antonio Damasio, que ha formulado recientemente "la teoría de que la conciencia empieza como una autorreflexión que constituye un nivel primitivo de identidad, una sensación poderosa, pero vaga, de ser “yo”. Las relaciones emocionales entre un yo en ciernes y los objetos externos dan lugar, entonces, a un modelo del mundo, una percepción de conocimiento que otorga a cada uno la sensación de ser el propietario y el espectador de un cine-dentro-del-cerebro... La conciencia ha surgido entre los mamíferos superiores, según esta teoría, debido a una ventaja en la supervivencia: el apropiado uso de la energía y la evitación del daño tienen éxito cuando el organismo se sitúa en el mapa de su entorno y elabora planes sobre los mejores cursos de acción” (364-365).
3. La tercera cuestión es el problema del papel de Dios en la filosofía cartesiana, un dios que, en virtud de su bondad, se convierte en garante epistemológico. Pero el recurso a la idea de Dios, para resolver el problema de la objetividad o veracidad de nuestro conocimiento, es como explicar un problema apelando a un misterio aún mayor.
    No obstante, a pesar de las críticas a su filosofía, el estudio de la obra de Descartes sigue suscitando gran parte de los problemas centrales de la filosofía en la actualidad: el problema del conocimiento, las ideas fundamentales de la metafísica sobre la existencia y la naturaleza de la realidad, la cuestión de la deidad, la naturaleza de la mente y su lugar en el mundo... Asimismo, el gesto cartesiano de hacer frente a los problemas, pensarlos desde el principio, evitando en ocasiones el excesivo peso de la tradición, es un buen modelo de investigación.

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