viernes, 14 de octubre de 2022

Platón, el consejero y la democracia antigua.


 En la obra de Platón se refleja la decepción de la intelectualidad ateniense con el sistema democrático. La asamblea puede dejarse arrastrar por los demagogos, impidiéndole reconocer por sí misma la palabra de  "los mejores". Pero aunque sea cierto el peligro de que las asambleas libres se vean distorsionadas por la dominación de unos cuantos, de pequeñas redes clientelares, se olvidan también las medidas de distribución del poder en la democracia ática (el sorteo, la rotación, la rendición de cuentas, la reforma de Clístenes...). El filósofo platónico parece abandonar la plaza pública por la corte del tirano. La escena democrática del hablar franco (la parresía) se sustituye por la formación pedagógica del alma del tirano. "El reto de convencer al monarca resulta más viable a juicio de Platón que la tarea -ya imposible- de convencer al demos ateniense de la conveniencia de caminar por la vía de la verdad y la justicia" (Nuria Sánchez, "La parresía como eje de la gubernamentalidad antigua", 2021). 
Frente a la decadencia de la democracia, Platón sitúa la tarea del filósofo en la selección y educación de los mejores sujetos, para la formación de un gobierno estable. "Resulta llamativo -afirma Nuria Sánchez- que la cuestión de la gubernamentalidad se decida de la mano de las relaciones que un individuo -el filósofo, el docto- logra mantener con un sujeto poderoso -el soberano, el tirano-, asignando a las decisiones adoptadas desde ese vínculo de carácter privado un impacto considerable en el plano del gobierno civil". El mecanismo del sorteo se ve así como una forma de despersonalizar la participación en el gobierno de lo común, y no como un instrumento para el entrenamiento en las competencias políticas de los ciudadanos, capaz así de potencial el derecho a la palabra libre.

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