jueves, 4 de febrero de 2016

"Pienso luego existo". Y sus detractores.


 La filósofa Maite Larrauri explica en esta breve entrevista en La2 el significado de la frase de Descartes: "Pienso luego existo".


El empirista escocés David Hume ya cuestionó la evidencia del cogito cartesiano. Savater lo explica así en esta versión reformada del capítulo "Yo adentro, yo afuera", del libro Las preguntas de la vida:
 ¿Es el "yo" una sustancia o sujeto estable y personal como afirmaba Descartes o podría ser, como replicaba Hume, sólo un espejismo, es decir, un efecto localizador del lenguaje cuando reúne y enlaza diversos contenidos mentales? ¿Es el "yo" un soporte real de tales contenidos mentales o es sólo un efecto virtual? Además de los pensamientos, ¿hay también un sujeto pensador de esos pensamientos? Más allá de los contenidos mentales, por debajo o por encima de los mismos, ¿hay también un sustancia estable pero no material que los crea y los sostiene? Cuando a través de mis pensamientos practico una introspección para buscarme a mí mismo, ¿encuentro alguna vez un "yo" como creía Descartes o sólo percepciones como asegura Hume? ¿Además de las percepciones hay también un yo que percibe las percepciones? Y por otro lado: ¿por qué llamo mío al cuerpo? ¿Tengo un cuerpo o soy mi cuerpo? Aunque no haya conciencia sin cerebro, ¿tiene el cerebro las mismas propiedades que la conciencia?
El escepticismo radical y antimetafísico del filósofo escocés David Hume.
 Parecía que Descartes había encontrado algo seguro de lo que sí podía fiarse, la identidad personal del yo, hasta que el empirista radical Hume le preguntó: ¿por qué esa cosa que piensa, y que por tanto existe, soy yo, es decir, una sustancia o sujeto personal más allá de las mismas percepciones mentales y el sustrato cerebral que las produce? En lugar de "yo pienso" podemos decir simplemente "se piensa" o " se existe", de modo impersonal, como cuando afirmamos que llueve o que es de día. Lo que piensa y existe no tiene por qué ser una cosa, sustancia o yo personal y estable. Puede ser simplemente una serie de impresiones momentáneas que se suceden. Existen pensamientos, existe el existir, pero ¿por qué llama Descartes "yo" al supuesto sujeto que sostiene esos pensamientos y esa existencia? Veo árboles, noto sensaciones, razono y calculo, deseo, siento placer o miedo..., pero nunca percibo una cosa a la que pueda llamar "yo" o sujeto de esas impresiones y pensamientos.
Cuando penetro en lo que llamo yo mismo siempre tropiezo o me encuentro con una u otra percepción de frío o de calor, de luz o de sombra, de dolor o de placer, pero nunca encuentro un "yo", sujeto o sustancia. Nunca encuentro un yo mismo aislado de las percepciones sensoriales o mentales que recibo. Es más: sólo encuentro percepciones. El supuesto yo, sujeto o sustancia de las percepciones es, a pesar de los esfuerzos de Descartes por evitar el engaño, sólo un espejismo.

Creo ser el mismo que fui ayer, incluso el mismo que era hace cuarenta años. Aún más, creo que seguiré siendo yo mientras viva y si me preocupa la muerte es precisamente porque significará el final de mi yo. Pero, ¿cómo puedo estar seguro de que sigo siendo el mismo que aquel niño de cinco o diez años, inmensamente diferente a mi yo actual en lo físico y en lo mental? ¿Acaso es la memoria lo que explica tal continuidad? Porque la verdad es que he olvidado la mayoría de las sensaciones e incidentes de mi vida pasada...
 Pero, como nos ha enseñado la contemporánea filosofía del lenguaje, desde el mismo instante en que comienzo a reflexionar sobre mí mismo me encuentro con un lenguaje sin el que no sabría pensar, ni soñar siquiera. Un lenguaje que yo no he inventado, ya que sólo he descubierto. Un lenguaje que como todos los lenguajes tiene que ser forzosamente público, es decir, que comparto con otros seres capaces como yo de entender significados y manejar palabras. Y es por medio del lenguaje que da forma a mi interioridad, a mi yo vivido y significante, por lo que puedo postular y estar convencido de la existencia de otras interioridades, de otras identidades vivas y significantes, entre las que se establece el vínculo revelador de la palabra. Soy un "yo" porque puedo llamarme así ante un  "tú" en una lengua que permite después al "tú" hablar desde el lugar de mi "yo".

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