miércoles, 16 de enero de 2019

Lectura dramatizada de "Encuentro entre Descartes y el joven Pascal"

El texto que vamos a trabajar en esta tarea pone voz a las ideas de Descartes, en polémica con un joven filósofo de la época, Blaise Pascal. Ambos pensadores debaten sobre cuestiones como la ciencia, la religión, las certezas matemáticas o el método científico.

Os dejo el tráiler de su representación teatral:



Jean-Claude Brisville, “Encuentro entre Descartes y el joven Pascal”, Trifaldi, 2008. (Extracto).

Resumen: Descartes recibe a Pascal en la celda de un convento. El encuentro entre ambos filósofos está marcado por el momento espiritual que atraviesa cada uno de ellos. Descartes, consciente de su avanzada edad, apela a la juventud de Pascal para que continúe su obra científica, pero éste parece haber renunciado para siempre a la ciencia, al abrazar las tesis de radicalismo religioso de Port-Royal y el obispo Jansenio. La conversación está salpicada de datos históricos, biográficos, y conducida con una gran verosimilitud. En ella se abordan las cuestiones religiosas e intelectuales de una época por dos de sus protagonistas más significativos.

PERSONAJES
Pascal, 24 años
Descartes, 51 años.

El 24 de Septiembre de 1647 hacia el final de la tarde. En París, cerca de la plaza Royal, una celda en el convento de los Mínimos. Mobiliario sencillo. Una puerta a la derecha de la escena. Está abierta. Al levantarse el telón. Descartes está solo, de pie, al lado de la ventana y mira hacia el exterior. Después, se dirige a la mesa y coloca junto a ella dos sillas. Entra Pascal que se detiene al ver a Descartes, al tiempo que lo saluda.

PASCAL:
Señor, me concede un gran honor. Ser recibido por usted, que siempre está de paso, es todo un privilegio. Lo valoro sinceramente.
DESCARTES:
En absoluto. Si usted no hubiera solicitado verme, yo mismo hubiera provocado este encuentro. Una fama tan precoz excita naturalmente la curiosidad… y disculpa la mía. Pase y tome asiento. Creo que tenemos cosas que decimos.
PASCAL:
Multitud de cosas, en efecto. (Descartes hace un gesto invitándole a sentarse. Pascal lo saluda de nuevo y obedece. Descartes se sienta también. Un silencio. Se observan un instante) ¿Puedo permitirme en primer lugar una pregunta? (Descartes asiente con la cabeza) ¿Por qué le vemos tan poco por París?
DESCARTES:
Precisamente por eso, señor, porque vienen a verme, y sólo a verme. Naturalmente, no lo digo por usted: nosotros tenemos de qué hablar. Pero la mayor parte de las gentes sólo se interesan en mi apariencia, y tengo la impresión de ser un animal exótico que atrae la curiosidad del público por lo que tiene de extraño. A pesar de su sabiduría, o quizá a causa de ella, un filósofo soporta mal que se prefieran los rasgos de su rostro al fondo de su pensamiento. (Un tiempo) Sin duda, cosas de París.
PASCAL:
Eso puede evitarse alejándose unas leguas de aquí.
DESCARTES:
Comprendo, pero por muy completa que sea una casa de campo, siempre carece de las comodidades que sólo se hallan en las ciudades; incluso la tan ansiada soledad tampoco suele ser allí perfecta.
PASCAL:
¿La ha encontrado usted en Ámsterdam?
DESCARTES:
Sí… durante algún tiempo. Exceptuándome a mí, no he podido ver en esta gran ciudad a ningún hombre que no se dedicara al mercadeo, y cada cual está tan atento a su propio beneñcio, que hubiera podido permanecer allí toda mi vida sin ser conocido por nadie (…). (Sonriendo) Teníamos cosas que decirnos. Me han hablado de sus experiencias en Rouen. También yo he reflexionado sobre el Vacío, y estaría muy interesado en lo que piensa usted sobre su naturaleza.
PASCAL:
Sobre ese tema he escrito un tratado que está en estos momentos en la imprenta, y que responderá, así lo espero, a su curiosidad. Si me lo permite se lo haré llegar tan pronto como salga de las prensas.
DESCARTES:
Lo leeré gustoso, pero no en París. La reina Cristina ha tenido a bien pensar en mí, y a pesar de los inviernos del norte, que temo a mi edad, he aceptado su invitación. Así pues, le ruego que me envíe su obra a Estocolmo. Apuesto que ha de ser el tema de alguno de mis debates con esta princesa. Tiene gran sabiduría y no desdeña ni siquiera las disputas más triviales.
PASCAL:
Le he enviado mi máquina aritmética; quizá no la haya olvidado.
DESCARTES:
La princesa tiene buena memoria, me lo han dicho.
Un tiempo.
PASCAL:
Otra vez, señor, dispuesto a salir de viaje.
DESCARTES:
Nada me retiene en Francia. Para serle franco, en cualquier parte de Europa me encuentro un poco como en casa, pero como verdaderamente en casa, en ningún sitio. No importa.
PASCAL:
Sin embargo, me atrevo a sorprenderme de que un espíritu libre y grande como el suyo se adapte a las coacciones que nos impone la corte.
DESCARTES:
No estoy muy seguro de que el mío se adapte, pero el experimento tiene su interés. ¿Cree usted que la corte será capaz de mostrarle a mi espíritu que es menos libre y grande de lo que creía?
PASCAL:
(...) También me sorprende que un hombre como usted no haya encontrado aún su lugar; que haya pasado su vida en el exilio y que nada haya conseguido retenerle en su propio país.
DESCARTES:
Es cierto que he tenido gran cuidado en no asentarme. Desde hace treinta años creo haber pasado tan sólo cinco en Francia. Pero no fue por casualidad. Mi pensamiento ansiaba viajar, y si yo no me hubiera movido tanto, habríamos vivido menos bien juntos, él y yo.
PASCAL:
¿Le pedía movimiento?
DESCARTES:
Quería que yo escapara de los vínculos habituales. La soledad, el silencio y mi invisibilidad le parecían preferibles. Le he obedecido. (...)
PASCAL:
Se diría que para usted pensar es el resorte que mueve cualquier vida.
DESCARTES:
Gustoso se lo admitiría; me deleito estudiando las operaciones de mi espíritu y concentrándome en mi atención. Lo que encuentro es probablemente menos importante que el acto en sí de su descubrimiento. Existe una cierta embriaguez en observar ese mecanismo, y en dominarlo. No crea en absoluto que paso mi vida ante la mesa de escribir. Soy muy perezoso, ya se lo he dicho, y me quedo en la cama diez horas de las veinticuatro. Incluso cuando he dormido bien, me cuesta trabajo levantarme. No en vano mi Método lo descubrí durante los ratos de ocio pasados en la calidez de mi gabinete, ante la estufa. Cada uno con su método. Estoy impaciente sobre el tema de su opúsculo sobre el Vacío, y si pudiera darme en pocas palabras una idea de sus conclusiones…
PASCAL:
Ya no me interesan.
DESCARTES:
¿De veras?
PASCAL:
Ya he dado mucho de mí mismo a la ciencia. Desde el momento en que hallé algo infinitamente más importante que su objeto, no quiero distraerme. Ya no tengo tiempo.
DESCARTES:
¿A su edad?
PASCAL:
Morímos cuando Dios lo quiere. Mi salud no es buena. Puede ser que Dios me esté advirtiendo a través de ella. Y además, sea cual sea el curso de mis días, no dispondré de años suficientes para cuidar de mi salvación. A partir de ahora requiere de todo mi tiempo.
DESCARTES:
¿Renunciaría a sus investigaciones?
PASCAL:
Sólo pueden conducirme a la decepción.
DESCARTES:
¿Cómo lo sabe?
PASCAL:
Puesto que a fin de cuentas nada se sabe, y porque mi alma está sedienta de certezas que sólo la fuente suprema puede satisfacer.
DESCARTES:
Comprendo… pero la ciencia…
PASCAL:
Nada nos dice de Dios.
DESCARTES:
Al menos puede ayudamos a conocer su obra.
PASCAL:
¿A conocer? Al fin, señor, lo que nos enseña es insignificante. Incluso diría que incrementa nuestra ignorancia intentando disiparla. Además de esto, que ya es bastante peligroso, la ciencia nos inclina al orgullo prometiéndonos llegar hasta el final mientras que ese final se aleja de nosotros a cada paso que damos en su dirección. Estoy persuadido de que todo esto no es más que una ilusión: nuestra inteligencia se extravía por caminos equivocados. Por mi parte, regreso al centro donde está la verdad. Su luz.
DESCARTES:
(soñador) Al Centro…
PASCAL:
Sí, a mi única certeza.
DESCARTES:
Quien le oyera diría que lo la monopolizado. Yo creo tanto como usted en Dios, pero no amenazo con él a nadie.
PASCAL:
¿He amenazado yo a alguien?
DESCARTES:
Había en su tono de voz tal seguridad… Yo desconfío siempre de una fe que se expresa en ese tono.
PASCAL:
(levantándose bruscamente) ¡Señor!
DESCARTES:
No pongo la suya en duda. Vamos, sosiegue su espíritu, y si le he ofendido le pido perdón. (Un tiempo) Es que vengo de un país donde se habla de Dios apaciblemente.
PASCAL:
¿Cómo se puede hablar de él apaciblemente?
DESCARTES:
(sonriendo) En Ámsterdam…
PASCAL:
(sonriendo también) Sí, tiene razón: en Ámsterdam.
DESCARTES:
Es una gran ciudad.
PASCAL:
Sí, para pasear.
DESCARTES:
Y para pensar… para pensar, pasando desapercibido.
DESCARTES:
Perdone que vuelva a nuestra conversación. ¿No me había dicho —repréndame si me equivoco— que «A fin de cuentas nada se sabe, que no hay certeza alguna»? Sin embargo me parece que se sabe que tres y dos son cinco.
PASCAL:
¿A dónde quiere llegar?
DESCARTES:
¿Tres y dos son cinco?
PASCAL:
Quién puede negarlo…
DESCARTES:
Concluiré que las matemáticas son fuente de certeza para todos los que saben contar.
PASCAL:
Veo, señor, que no estamos aún preparados para entendemos. Es cierto —desde una cierta verdad— que tres y dos son cinco. ¿Pero qué puedo hacer yo con esa verdad? Aunque haya recorrido todo lo que los hombres pueden saber, llegaré a la ignorancia de la que partí al nacer. Ignorancia que se conoce, cierto… ignorancia sabia, pero ignorancia al fin, de la que no puedo estar satisfecho.
DESCARTES:
¿Y es usted el que habla de ignorancia?
PASCAL:
Todo lo que he aprendido me la revela.
DESCARTES:
No se puede hablar así cuando se ha dado un impulso a las ciencias, como usted ha hecho, a una edad en la que todavía se juega a la pelota, y verle ahora cómo renuncia a un don que ya ejercitaba con tanta maestría.
PASCAL:
Sólo intentaba huir del tedio, la inquietud y la melancolía. Ése no era el mejor camino.
DESCARTES:
¿El tedio, la inquietud, la melancolía?
PASCAL:
¿Es que usted no los ha conocido?
DESCARTES:
No siempre estuve libre de tales padecimientos.
PASCAL:
Entonces, sabrá de lo que hablo.
DESCARTES:
Sí. Le comprendo cuando habla usted de tedio, pero no consigo seguirle cuando acusa de él a las ciencias.
PASCAL:
¿Qué es lo que le han enseñado?
DESCARTES:
¡Muchas cosas!
PASCAL:
Sí; que el universo no tiene límites y que el hombre hoy ya no sabe en qué orden situarse. Miro a todas partes, y no hallo más que oscuridad. Sólo sabemos que caímos de nuestro lugar y que sin éxito lo buscamos entre las tinieblas.
DESCARTES:
Es verdad que nuestra ciencia aún es frágil, y que cuando miramos al cielo…
PASCAL:
Su silencio eterno me espanta.
DESCARTES:
(sorprendido) ¡Le espanta!
PASCAL:
Sí, señor, me asusta, y me apiadaría de aquel que no tuviera miedo, porque desconocería nuestro verdadero lugar. (Un tiempo) Dios es nuestra estancia. Nuestra única felicidad es vivir en él, y nuestro único mal estar de él separados. Nos lo dice la religión, no la ciencia.
DESCARTES:
La ciencia no nos dice lo contrario.
PASCAL:
Hace que perdamos de vista nuestra debilidad, en la que radica nuestra grandeza.
DESCARTES:
Vamos, señor, ¿qué está diciendo…? Si es que tenemos una grandeza, para mí se encuentra en el ejercicio soberano del pensamiento. Sí, ahí, y en ningún otro sitio más que ahí.
PASCAL:
¿Cómo es posible que un pensamiento que no puede captar su propio objeto no confíese nuestra debilidad? ¿O es que pretende usted dominar el infinito, la eternidad? Eso sería pecado de orgullo.
DESCARTES:
No creo que sea pecar el intentar llegar más lejos en las matemáticas, que me hacen presentir una representación del universo. (Un tiempo) Quizá el sistema del mundo es un sistema numérico. ¿Para usted pensarlo así sería escandaloso?
PASCAL:
¿Tiene la ambición de ser el constructor de un universo entero sometido a la geometría?
DESCARTES:
Puesto que hay una mecánica ahí arriba, me gustaría entrenarme calculándola.
PASCAL:
Si alguien puede hacerlo, ese es usted, señor; pero no la eternidad: el infinito no entra en los números. Entonces se tiembla, y no se para de temblar.
DESCARTES:
El temblor perpetuo no forma parte de mi naturaleza. Es verdad que en ocasiones lo he experimentado, pero su solución estaba en mi espíritu.
PASCAL:
¿Una solución al miedo?
DESCARTES:
Sí.
PASCAL:
¿En su espíritu?
DESCARTES:
En el imperio que ha sabido instalarse en él. Y le pido por favor que no vuelva a tacharme de orgulloso. Ya se lo dije: estudiar las operaciones de mi pensamiento, verlo de alguna manera en marcha, supone para mí el más alto de los placeres. Más aún, supone un remedio. Un remedio contra la inquietud y una puerta hacia la paz soberana.
PASCAL:
¡Conseguir la paz a través de los números…! ¿Un cristiano puede sostener tal suerte de raciocinio? ¿Pues no ve que le obliga a olvidar a Dios?
DESCARTES:
Jamás puse en duda que había puesto el mundo en movimiento.
PASCAL:
Sí, de un empellón; y después ya no tiene usted nada que ver con él.
DESCARTES:
(sonriendo) De tener el poder suficiente, sería usted capaz de quemarme.
(Un tiempo).
PASCAL:
No, señor. No me corresponde a mí juzgarle, y menos aún mandarle a la hoguera, porque yo también he conocido en otro tiempo ese orgullo del espíritu que tanto trabajo me ha costado superar. Sólo me permitiré decirle que un verdadero cristiano únicamente puede hallar la paz en Jesucristo, una paz que sólo se consigue a través de su gracia. Lejos de esa gracia, sólo encuentro distracción culpable y orgullo de la inteligencia.
DESCARTES:
Creo que dramatiza. Se puede asegurar la salvación sin que sufran las ciencias. Y ser un buen cristiano sin dejar de interesarse por la geometría (...).
DESCARTES:
Creo que no vemos a Dios con los mismos ojos.
PASCAL:
Presiento que usted lo deduce en lugar de verlo. Para usted es como un principio, y en mi es como un ardor. Usted lo piensa, yo lo siento. Ésa es la diferencia.
DESCARTES:
Quizá le sorprenda si le digo que la autoridad de la razón se me apareció en sueños, cierta noche de Noviembre de 1619. Me encontraba en Alemania llamado a causa de las guerras, y cuando volvía de la coronación del emperador hacia la armada, el comienzo del invierno me sorprendió en un lugar donde permanecí todo el día, encerrado en el cuarto de la estufa. Así que la noche del 10 al 11 de Noviembre, tuve tres sueños. (Un tiempo) No tema: no se los voy a contar. El relato de los sueños del prójimo supone siempre un mortal aburrimiento. Sin embargo, le diré que les debo a tales sueños el germen de mi Método, y sin duda mucho más.
PASCAL:
¿Y cómo lo interpreta?
DESCARTES:
No sé qué extraña luz en la que vi por un instante el medio de disipar las más espesas tinieblas. Así que, como usted ve, si presto atención a la razón es a través de la mediación de un sueño. Muchas veces durmiendo se avanza más en el progreso del espíritu.
PASCAL:
(lentamente) ¿Y no le ha parecido jamás que la razón que descubre su seguridad en el sueño, se arriesga a perder su crédito?
DESCARTES:
Por el contrario, me ha parecido que era precisamente allí donde encontraba una mayor autoridad.
PASCAL:
Admiro vuestra devoción por ella, pero a mí la razón jamás me hizo olvidar el fin último de mi vida. Aunque me haga el valiente, sé que de aquí a pocos años estarán arrojando algunas paletadas de tierra sobre mi cabeza, y todo lo que pongo delante de mí para impedir ver el precipicio no impide que corra hacia él. ¿Qué puede la razón contra esto?
DESCARTES:
Nada.
PASCAL:
Todos nuestros placeres no son sino vanidad. Sé que no hay aquí satisfacción verdadera y que sólo soy una sombra amarrada durante un breve instante a un ínfimo lugar del universo. Todo lo que sé es que pronto habré de morir, y lo que más ignoro es la propia muerte, que no sabré evitar.
DESCARTES:
Se lo admito.
PASCAL:
Y sin embaigo la geometría sigue teniendo para usted gran importancia.
DESCARTES:
Ciertamente.
(Un tiempo).
PASCAL:
No le entiendo.
DESCARTES:
El hecho de saber que vamos a morir, ¿debe impedirnos vivir y pensar? Yo confío más en Dios que usted. Si mi alma le pertenece, el uso que bago de mi mente depende de mi voluntad. Seré, en la medida en que piense. En cuanto a lo demás…
PASCAL:
¿Es así como se puede definir la eternidad? Para mí lo demás es el todo.
DESCARTES:
Un todo del que jamás tendremos aquí abajo conocimiento, y eso es lo que le asusta, y lo que no acepta. Usted intenta alcanzar lo inalcanzable.
PASCAL:
Sólo trato de sondear el abismo, y de sufrir su atracción.
DESCARTES:
Para mí, reflexionar sobre la muerte, el infinito y la eternidad, es un trabajo que sobrepasa mi inteligencia. No quisiera abusar del poco tiempo de ocio que me queda empleándolo en escudriñar semejantes dificultades.
PASCAL:
Todo lo confía a la inteligencia. Por supuesto ella nada puede hacer en estas cuestiones, y ocupa para mí en el orden de cosas comprensibles el mismo lugar que nuestro cuerpo en la inmensidad de la naturaleza. Tanto como decir el último.
DESCARTES:
(levantándose, imitado por Pascal) Nos queda poco tiempo. Me dispongo a partir y sería decepcionante que nos despidiéramos sin habernos dicho nada. Habría, creo, algo mejor que hacer. (Descartes invita a Pascal a volver a sentarse, luego se dirige a la chimenea de donde toma un atado de hojas que deposita en la mesa) De entre todos los hombres de nuestra época, si alguien puede llevar a buen término lo que yo comencé, ese es usted y sólo usted. Sé muy bien la poca estima que tiene por su propia inteligencia y con cuánto ensañamiento intenta rebajarla. Y sin embargo es a su inteligencia a la que apelo. Puede superar a la mía y conducirle hacia donde, sin duda, yo no tengo el tiempo de llegar. (Un tiempo) No me basta con creer: necesito saber. ¿Supone esto un pecado para usted?
(Un tiempo).
PASCAL:
(bajo y en un tono patético). Señor, vivo en una terrible ignorancia, y la parte de mí que piensa lo que digo, no se conoce mucho más que el resto. Sólo veo infinitos que me encierran como un átomo, y de mí sólo sé decir que soy una sombra sin retomo y de corta duración (...).
DESCARTES:
Nuestra inteligencia nos pertenece. La hemos recibido de la creación para dirigirla. Por última vez apelo al poder de su mente. Empléelo. Aplíquelo a las ciencias en lugar de atacarlo.
PASCAL:
Jamás me ofreció otra cosa que entrever el fondo de mi ignorancia.
DESCARTES:
Y sin embargo sabe que el universo está en función de la medida y del número. Espacio y tiempo relacionados… sí, relacionados con el movimiento. Y se puede calcular el movimiento.
PASCAL:
Se puede.
DESCARTES:
¿Aceptaría trabajar a partir de esta certeza?
PASCAL:
¿Y qué conseguiría? ¿Una ecuación? No me haga reír.
DESCARTES:
Sí, una ecuación, en efecto. Una ecuación que vendría a esclarecer, basándose en ella, todas las leyes del universo. ¿Le parece poco?
PASCAL:
Ese todo al que aspiro se encuentra más allá de las matemáticas. Se hace tarde. Le he hecho perder mucho tiempo y le he decepcionado. Perdóneme. Ya no consigo entender el lenguaje de los números y necesito una respuesta.
DESCARTES:
Sobre todo necesita buscarla, y buscarla gimiendo.
PASCAL:
A donde yo voy, se va con el sufrimiento.
DESCARTES:
Yo prefiero encontrar algo con alegría, o al menos intentarlo. (Descartes va hacia Pascal y le estrecha la mano) Adiós, señor. Nada podemos darnos, pero nunca le olvidaré.
PASCAL:
Quizá volvamos a vemos.
DESCARTES:
Aquí, lo dudo. Y junto a la reina de las nieves hace mucho frío.
Después de una vacilación, sale Pascal. Un tiempo. Descartes eleva lentamente la vela a la altura del rostro y la apaga.
T E L Ó N

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