domingo, 22 de septiembre de 2013

Contra la Selectividad (y las Reválidas)

 Muchos comenzáis este curso preocupados por la "Selectividad" (concepto que contradice los principios de la educación pública, que debe integrar más que seleccionar). Para el próximo curso quizás -si no lo evitamos- volverán las reválidas.
Pero no hay nada mejor contra el miedo, contra el temor a esa "prueba final" en la que -señaláis algunos- "nos jugamos el futuro", que comprender que esos miedos empobrecen nuestras aulas y cualquier aprendizaje.

Lo importante será lo que aprendamos durante este tiempo, con compañeros y profesores. Y que lo que aprendamos no tenga necesariamente que responder a la pregunta de: ¿Y esto entra en el examen?. El condicionar todo aprendizaje a los exámenes y las pruebas que constantemente nos ponen como metas nos lleva a esperar siempre alguna clase de nota a todo lo que hagamos.
Los profesores, como el resto de los trabajadores hoy en día, también vivimos bajo el control de la evaluación, del examen de la inspección o de la Administración educativa de turno en busca de una supuesta "excelencia", la de los resultados, independientemente de las condiciones en las que se trabaja. Así, nos dicen que nos debemos evaluar: como competentes, capaces o excelentes.
Constantemente nos exigen a los trabajadores "actualizarnos" (en nuestro tiempo libre, por supuesto) adaptando a nuestro trabajo, sin cuestionar ni debatir colectivamente, los nuevos artilugios o modas pedagógicas (las competencias) que las altas instituciones económicas internacionales no democráticas que nos dirigen (FMI, BMI) imponen como prioritarias.
Evaluar se ha convertido cada vez más en un medio de selección. Pero evaluar debe ser valorar y ayudar a mejorar, no seleccionar.

La Selectividad, o para ser más precisos, las Pruebas de Acceso a la Universidad, son una de las pruebas más temidas, y son algo que, por rutinario, se han convertido en una especie de necesario e inevitable "rito de paso" hacia la Universidad para los estudiantes. Esto parece ser algo que ya casi nadie cuestiona, a no ser para introducir otra reforma o proponer "mejoras". Frente a esto debemos siempre buscar el origen de los procesos o instituciones actuales (en este caso de la Selectividad), su carácter arbitrario, su  intencionalidad original y la actual, para así evitar "naturalizar" o legitimar esos procesos (pensando en ellos como si hubieran existido siempre, ahora y en el futuro, dada su necesidad). Porque ese esfuerzo del discurso dominante por "naturalizar", hacer inevitables, estos procesos de selección, también conllevan el intento de deslegitimar, considerar "utópicas" o anacrónicas, las luchas o resistencias que provocan (como el rechazo estudiantil a la Selectividad).

Y contra la selectividad hubo muchas protestas. En sus inicios, el movimiento estudiantil se movilizó contra estas pruebas de acceso. Se veían como una traba más que añadir a la selectividad económica ya existente, y que afectaba especialmente a los hijos de las familias obreras en sus intentos por incorporarse a los estudios superiores.
 
Hagamos un poco de memoria. La Selectividad se instauró a finales de la dictadura franquista, en el curso 1974-1975, en el marco de la Ley de Reforma Educativa del Ministro J. L. Villar Palasí.  Como el Examen de Estado o la Prueba de Madurez de las anteriores leyes franquistas, la nueva prueba seguía teniendo una función selectiva, para un modelo de Universidad básicamente elitista. Con la introducción del Curso de Orientación Educativa, y el numerus clausus en las Universidades, la  nueva selectividad adoptaría  además, y prioritariamente, una función distribuidora del alumnado que originaría nuevas disfunciones como la jerarquización entre carreras y la frecuente matriculación del alumnado en especialidades no elegidas (Vid. Fdo. Muñoz Vitoria, El sistema de acceso a la universidad en España, CIDE, MEC, 1993).
Personalmente, recuerdo, a finales de la Transición, las fuertes luchas que organizábamos en los Institutos contra la ley de los Estatutos de Centros, y los esfuerzos por democratizar unas instituciones educativas que, como todas las instituciones públicas heredadas del franquismo, seguían manteniendo resabios autoritarios y/o paternalistas respecto al alumnado. Tras estas huelgas, el movimiento quedó muy destrozado, y aunque hubo otros conatos de huelga en 1983 y 1984, fueron muy limitados. Sólo años más tarde, en 1985, se lanzaría la idea de organizar un Sindicato de Estudiantes. Fue el mismo año que se produjo el movimiento contra la incorporación de España a la OTAN, ahora apoyada por el gobierno socialista, en un vergonzoso giro ideológico, lo que permitió dotar de cierta base al movimiento de protesta estudiantil.
Más tarde, en septiembre de 1986 se producen protestas en la Universidad Complutense contra la aplicación del numerus clausus (limitación del número de alumnos de nuevo ingreso), lo que provoca movilizaciones de no admitidos llamando a la solidaridad; movilizaciones que contaron con cuatro mil o cinco mil estudiantes manifestándose desde el paraninfo de la ciudad universitaria hasta Moncloa. La buena respuesta de los estudiantes llevó a convocar una huelga general el 4 de diciembre, que fue el inicio del fuerte movimiento estudiantil del curso 1986-1987. El PSOE había revalidado las elecciones en 1986, aunque ya en junio de 1985 había sufrido la convocatoria de una huelga general contra la reforma de las pensiones (otra más). El gobierno socialista se había estrenado ya en 1983 con una salvaje reconversión industrial y continuaría adoptando políticas que le enfrentarían al movimiento obrero y estudiantil. Las movilizaciones estudiantiles del curso 1986-1987 consiguieron arrancar del gobierno la gratuidad de la enseñanza secundaria (hasta ese momento había que abonar tasas académicas en BUP y COU), avances en la política de becas universitarias, y de derechos democráticos para los estudiantes (derecho de reunión y de huelga), así como la construcción de nuevos centros de enseñanza media en todo el país.
   Pero se mantendría la prueba de acceso, la selectividad, es verdad que muy descafeinada, a pesar de la insistencia del movimiento estudiantil en suprimirla. Como afirma uno de los líderes estudiantiles de estas protestas, Juan Ignacio Ramos, en las negociaciones con el Ministerio, en la que intervino el actual vicepresidente Rubalcaba, la respuesta de este último a la petición estudiantil de eliminar la selectividad consistió en señalar que el 80% de los estudiantes que se presentaban a ella aprobaban. Es decir, se limitaba a señalar que no era una traba fundamental, pero sin más justificación (Vid. Julia Varela, Las reformas educativas a debate, 1982-2006, Madrid, Morata, 2007, p. 98).

Hoy se plantean a la educación secundaria y universitaria muchos problemas (recortes de profesorado, de becas, aumento de las matrículas...), pero junto a la lucha y resistencia estudiantil y del profesorado ante estas intolerables medidas, convendría no olvidarnos de la lucha contra las pruebas de "selectividad", del tipo que sean, en educación.

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