"Emplear los enunciados filosóficos del mismo modo que lo hacían los filósofos antes de la era de los profesores de filosofía, como instrumentos para el pensamiento, no como monumentos para el comentario… Textos como prácticas antes que como huellas..."
"Por suerte o por desgracia, y en el universo académico este último suele ser el caso más común, mis maestros me enseñaron muy pronto que la filosofía carece de objeto propio, siendo, como decía uno de ellos, “una reflexión para la cual toda materia extranjera es buena” (Canguilhem, 1971: 11). Construir una interrogante filosófica no es algo que se consiga comentando los textos escritos por los filósofos de la tradición y extrayendo de ellos un inventario canonizado de problemas listos para ser discutidos. No, esas preguntas se encuentran mirando con atención y detalle a nuestro alrededor, advirtiendo las paradojas que habitan nuestras prácticas más mudas y cotidianas, nuestros saberes, eso que configura nuestra experiencia como algo singular y contingente".