La escritura y el pensamiento utópicos son un característica moderna (una manera de entender la sociedad y la política) que difícilmente se puede aplicar al mundo antiguo. A pesar de ello, podemos encontrar en el mundo antiguo la evocación de una vida de abundancia, como en el mito de la Edad de Oro; o la propuesta de un modelo o programa de acción para la construcción de una sociedad más perfecta. Ambas formas de utopías se dan en Platón: bien la primera forma, en el Timeo y en Critias; bien la segunda, en la República y las Leyes.
No obstante, como han subrayado autores como M. Finley, las utopías antiguas son "estáticas", se escriben para superar la escasez de recursos mediante la simplicidad y la moderación (a diferencia de las utopías modernas que dibujan sociedades dinamizadas por la tecnología hacia la plena abundancia). Finley también señala que en el mundo antiguo no hubo utopías igualitarias, a diferencia de las utopías modernas con un sentido universalista quizás heredero de la influencia judeo-cristiana. Por último, la utopía antigua se desarrolla en un modelo espacial "propio de una tradición para la que todavía había lugares por descubrir". Un modelo de estaticidad temporal "cercano del modelo mitológico que siempre ronda los discursos utópicos" (a diferencia de las utopías modernas que ubican en el tiempo la posibilidad de su desarrollo). Otros autores, como Herzog, señalan que la crisis de las polis griegas, en el siglo IV a. C., hace que proliferen los textos utópicos en los que, frente a la proyección temporal, se plantea la existencia de otros mundos, formas platónicas o el pasado del mito aúreo.
Pero no todo fueron relatos. Existieron al menos dos ocasiones en el mundo antiguo en las que se intentó plasmar en la realidad doctrinas utópicas: la Uranópolis de Alexarco (alrededor del 316 a.C.) y el Pérgamo de Aristónico (en el siglo II a.C.).
El marco literario en el que se desarrolló la utopía antigua abarcó desde la narración de viajes (donde el alejamiento espacial es ya signo de extrañamiento), al diálogo o presentación crítica. En la primera, la fundación de una comunidad en ruptura con el pasado es la que permite el establecimiento de las nuevas leyes. En la segunda, entre las formas críticas, destacan las siguientes: la mirada hacia los espejismos de pueblos ideales, por su supuesta cohesión social y perfección ética (la monarquía egipcia, persa o india; o el espejo espartano o cretense), especialmente activada durante la crisis de las polis griegas a finales del siglo V a. C.; el diálogo filosófico en el que el ideal de vida aparece ligado al cuestionamiento crítico desde un logos común, lejos de un principio de autoridad socialmente sancionado (desde este punto de vista, se cuestionaría el denunciado carácter totalitario de la utopía platónica en la República, en cuanto el diálogo muestra la apertura y duda sistemática en torno a la construcción del ideal); y el tratado, como en Aristóteles, que impone un procedimiento analítico "científico".
La felicidad humana fue no sólo objeto central de la reflexión ético-política en la Antigüedad, sino que también lo fue de la utopía antigua. La sociedad utópica busca así una homogeneidad interna que se refleja "en la recurrencia de las formas comunistas de producción y propiedad, la estricta especialización funcional del trabajo, la detallada y puntillosa reglamentación educativa, la preferencia por formas patriarcales y muy estrictamente jerarquizadas de gobierno, las elaboradas (hasta lo repulsivo) formas de control comunitario y la especial y no menos sospechosa insistencia en la "felicidad" de los habitantes de tan perfectas ciudades, con especial atención a las formas de la fiesta en las que la comunidad muestra y se muestra a sí misma la excelencia de la que goza".
Gran parte del proyecto utópico antiguo parece centrarse en reconstruir lo común, a veces mirándose en el reflejo de la vida primera o en un régimen comunitario "propio de los dioses". Subyace también una profunda preocupación por la propiedad, especialmente la de la tierra, su condición común.
Otra característica de las utopías es su aislamiento: político-social o geográfico. En el caso de Platón, el aislamiento de su República no es natural, sino institucional pues se regulan legalmente los viajes y los accesos. Esta regulación de los contactos con el exterior refleja la diferencia radical del mundo descrito con el presente, la necesidad de preservar su equilibrio y continuidad. Por otro lado, el clima, junto con las medidas eugenésicas, garantizarían la plenitud de capacidades de sus habitantes. Así, en el Político, Platón introduce la categoría de la excelencia climática, que permitiría a los hombres vivir casi completamente al aire libre, sin vestidos ni más lecho que el que les proporciona la naturaleza.
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