Fue en la época de Descartes, durante el Barroco, cuando sobrevino la gran crisis de la brujería. Por un lado, aumentan las voces que niegan la realidad de los actos de brujería; de otro, la brujería se deriva con frecuencia a formas distintas y se complica con los estados de posesión demoníaca. Fue precisamente un jesuita alemán, Spee (1591-1635) quien convirtió en tema de controversia pública, y no de informes secretos, los argumentos contra los abusos en los juicios sobre brujería (las falsas denuncias y testificaciones, las ordalías...). Según Caro Baroja, a pesar de la actitud escéptica que adoptarían frente a este tema los defensores de la ciencia moderna y el «método científico» (su concepción racionalista y materialista de los espíritus, adivinaciones o hechizos), fue adoptando una postura humanística (especialmente reflejada en literatos y artistas, como en el caso de Goya), no científica, como se llegó a destruir esta persecución sobre la brujería. No obstante, algunos de esos filósofos y científicos realizarían experiencias para demostrar la irrealidad de la Brujería utilizando métodos experimentales (entre ellos, Gassendi y Malebranche, dos pensadores franceses próximos a Descartes). Fue un discípulo entusiasta de Descartes, el teólogo holandés Baltasar Bekker (1634-1698) el que hizo una condena más firme de la persecución de la brujería, considerándola como un conjunto de patrañas y crímenes judiciales. Atreverse a cuestionar en pleno siglo XVII, aunque fuera en Holanda, que el diablo intervenía en la vida de los hombres era empresa pelibrosa, y Bekker fue privado de su cargo y vio su obra condenada. Además, estas ideas no ejercerían todavía influencia en los administradores civiles de justicia, que hasta el siglo XVIII siguieron condenando, especialmente en los países protestantes, a brujos y brujas.
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sábado, 27 de febrero de 2021
Descartes y la brujería en la Europa del siglo XVII.
La
historia de la Brujería europea está ligada a una cuestión
esencial, y que aparece reflejada en el pensamiento de Descartes, la
de cómo fijar los límites entre la realidad exterior y el mundo de
representaciones y deseos humanos. Según Caro Baroja ("Las brujas", 1988), en
Grecia y Roma la práctica de la magia con fines benéficos era
consideraba como lícita y aun necesaria (a la vez que se consideraba
ilegítima la que tuviera intención dañina). Con el Cristianismo,
los antiguos dioses se vieron asimilados a los demonios,
identificando a los paganos o gentiles a las personas dadas a las
artes mágicas y maléficas. Hay
en el código de las hechiceras siempre como una inversión de los
valores y símbolos del Cristianismo. Durante
la primera parte de la Edad Media, esas artes se cuestionaban como
ensueños no reales desde la teología, pero si las autoridades
eclesiásticas tenían una actitud más dubitativa y pragmática, las
leyes civiles eran por lo general más severas; una
severidad que dependía de creer en la realidad de tales prácticas o
en creer que eran fruto de una imaginación
quizás
alterada por el demonio (una figura familiar y de presencia real y
continua en la vida del mundo).
Fue
en el siglo XIII cuando se terminó con esa situación ambigua según
la cual los actos de hechiceras y hechiceros podían ser actos
puramente ilusorios, aunque de origen diabólico. En la Europa
cristiana de los siglos XIV al XVII se persiguieron estas prácticas
"como en pocas partes se ha perseguido antes y después", afectando
especialmente a las mujeres (de
las que la Celestina
de Fernando de Rojas podría ser un arquetipo literario).
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