La interesante editorial Errata Naturae creó la colección Los Pequeños Platones, sobre algunos textos de la historia de la filosofía, destinados a jóvenes lectores. Algunos de los títulos de esta colección están disponibles en la biblioteca de nuestro Instituto. La misma editorial ha publicado también guías didácticas para el profesorado, que permiten acompañar a las lecturas del alumnado.
A continuación os dejo la unidad didáctica elaborada por Errata Naturae para acompañar al libro "El genio maligno del señor Descartes" de la anterior colección (y que facilita en acceso abierto). En ella se incluyen un esquema de contenidos, actividades y pasatiempos:
https://erratanaturae.com/nouveau/wp-content/uploads/2020/04/Unidad-Dida%CC%81ctica-Descartes.pdf
"Supondré que hay, pues, no un verdadero Dios, que es la soberana
fuente de verdad, sino un cierto genio malvado, no menos astuto y
engañador que poderoso, que ha empleado toda su industria en engañarme.
Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los
sonidos y todas las cosas exteriores que vemos no son más que ilusiones y
engaños, de los que se sirve para sorprender mi credulidad. Me
consideraré a mí mismo como carente de manos, de ojos, de carne, de
sangre, como carente de sentidos, pero creyendo falsamente tener todas
estas cosas. Permaneceré obstinadamente ligado a este pensamiento; y si,
de este modo, no está en mi poder alcanzar el conocimiento de verdad
alguna, al menos estará en mi poder suspender el juicio. Por ello,
evitaré cuidadosamente admitir en mi creencia ninguna falsedad, y
prepararé tan bien a mi mente para todas las astucias de ese gran
engañador que, por poderoso y astuto que sea, jamás podrá imponerme
nada". R. Descartes, Meditaciones Metafísicas, Meditación primera.
Respecto
a esta "hipótesis del genio maligno" que Descartes introduce en sus
Meditaciones Metafísicas, el profesor Francisco T. Baciero
(2007) sostiene que los pasajes cartesianos sobre la naturaleza y el origen
del error “muestran claramente no sólo un conocimiento detallado,
sino la apropiación por Descartes de los argumentos contenidos en la
Disputación Metafísica 9 de Suárez a la altura de 1641”.
Estos argumentos seguirán siendo utilizados por Descartes en obras
posteriores (en los Principia Philosophiae de 1644, por
ejemplo), pero no aparecían en el Discurso del método (1637), en el
que no aparecía el postulado de un Dios o un «genio maligno» como
fuentes posibles del error, siéndolo en su lugar los sentidos, el
uso inadecuado de la razón, y la imposibilidad de distinguir entre
la vigilia y el sueño.
Baciero sostiene que “Descartes estudió
precisamente las Disputaciones Metafísicas de Suárez después
de haber redactado el Discurso del método, y en concreto, en
1640, a raíz de la controversia con el padre Bourdin”. La causa de
este renovado interés de Descartes por la metafísica sería el de
“hacer filosófica y teológicamente aceptables en el ambiente
filosófico dominante, su nueva física antiaristotélica,
especialmente después de la pública ridiculización a que había
sido sometida por el padre Bourdin”.
Por ello, Baciero mantiene que “lo
realmente «nuevo» en la metafísica de Descartes (la primacía
absoluta del yo, del que «surge», por así decir, el resto de la
realidad, la matematización del conocimiento y de la realidad) está
recubierto, o expuesto, a través de un enorme repertorio
metafísico-conceptual y terminológico tomado directamente de la
tradición escolástica (que le proporcionó además alguna de sus
ideas claves: la doctrina sobre el origen del error, por ejemplo,
seguramente también el supuesto de la «unidad de la ciencia»).
Semejante repertorio de ideas y conceptos lo habría recibido
Descartes, en parte de la tradición agustiniana («Deum et animam
scire cupio»), a través de la escuela del Oratorio dirigida por el
cardenal de Bérulle (no olvidemos que Descartes fue dirigido
espiritual suyo al menos durante dos años, y que mantuvo durante el
resto de su vida una estrecha relación con la orden), en parte, y
sobre todo, a través de la tradición escolástico-jesuítica y, más
concretamente, Suárez (el estoicismo renacentista y Montaigne, y su
influencia en la moral —provisional— cartesiana quedan
aquí fuera de cuestión), dos tradiciones de las que, en virtud de
su posición dominante y de su propia formación, Descartes ni podía
ni quería prescindir”. Fuente: Francisco
T. Baciero Ruiz, “El genio maligno de Suárez: Suárez y
Descartes”, PENSAMIENTO, vol. 63 (2007), núm. 236, pp. 303-320.
Fco. Vidal Peña, en su Introducción a las Meditaciones Metafísicas (Alfaguara, 1977), considera, en cambio, que "el tema del genio maligno pone en tela de juicio la conciencia racional misma, y no es un mero artificio retórico... Ya no es el mismo "Dios" el que se recupera cuando la hipótesis del genio maligno queda destruida; ya no es la misma confianza en la racionalidad que antes. La ficción ha impuesto su forma al problema y la realidad, después, ya no puede ser la misma; no hay ya lugar para el tranquilo orden establecido por ese pensamiento escolástico".
Según Vidal Peña, el Dios cartesiano garantiza el conocimiento de la verdad porque está pensado a imagen y semejanza de nuestra conciencia lógica, como expresión del orden racional. Es, como le reprochaba Pascal, un Dios filosófico más que religioso, cristalización de ciertos problemas filosóficos (como el orden racional del mundo, y las condiciones y límites del conocimiento racional).
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