Authier reconoce, no obstante, el interés de las concepciones cartesianas sobre la naturaleza de la luz. Intentando justificar "racionalmente" la refracción, Descartes quiso comprender su porqué. "El hecho de que fracasara no es, probablemente lo más importante, pues en su tentativa definió el campo de reflexión sobre el que trabajarían sus sucesores, partidarios o enemigos". Sus tres concepciones de la luz (como bastón, como fluido muy sutil y como esferas diminutas en constante movimiento) nos enseñaron a no sorprendernos de las pretendidas contradicciones de las apariencias, a no escandalizarnos hoy de que la luz pueda ser considerada bajo el doble aspecto, en apariencia contradictorio, de ondas o de partículas.
En el Prefacio de Michel Serres al libro que comentamos, este pensador francés critica el hecho de que aprendamos la historia o la filosofía sin la de las ciencias, aisladas de su entorno científico; y a la inversa, que las diversas disciplinas científicas se estudian "arrancadas del humus de su historia, como si hubieran caído del cielo". Por ello, defiende establecer una enseñanza generalizada de la historia de la ciencia, tanto en el nivel secundario como en el superior. Pero habría que evitar una historia sacra o sacralizada de la ciencia, en la que "los genios se conducen como profetas, las rupturas son revelaciones, las polémicas o debates excluyen a los herejes, los coloquios remedan los concilios, la ciencia poco a poco se encarna en el tiempo como antes sucedía con el espíritu". Se trata de rechazar "todo ese movimiento retrógrado de lo verdadero que proyecta en el pasado los conocimientos de hoy, de forma que la historia se convierte en una preparación irresistible y casi programada del saber del presente". Junto al debate sobre el origen de la ciencia (fluctuando entre las influencias semitas e indoeuropeas), se abre otra bifurcación sobre el significado de la palabra "ciencia": "Cuando en París, en Oxford y en otras ciudades de la Universidad medieval se enseñaba teología bajo este admirable título, la aritmética, el álgebra, ignoradas por todos y despreciadas por los doctos, se practicaban en las calles y en las ferias bajo el nombre de algoritmo, para los balances, los intercambios y las mercaderías". ¿Dónde se encuentra? ¿Quién hace la ciencia?: "durante el clasicismo, aficionados ilustrados, ricos, que disponían de tiempo libre, juegan con los números, no lejos de los salones, como otros juegan a la ruleta. Un siglo más tarde, sabios profesores, en las universidades de Alemania, retoman la misma disciplina y la convierten en una teoría, profunda, casi metafísica... Los teoremas pasan del desafío por cartas al manual de clase o al tratado que hace referencia". Los sabios acabarán formando una clase o un género que, durante la Revolución francesa, según Serres, reemplazará a los clérigos y construirá una nueva Iglesia.
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