Como ha señalado, E. Sánchez Bravo, las discusiones del protagonista de El árbol de la ciencia (1911), Andrés Hurtado, y su tío Iturrioz, que constituyen la parte central de la novela permiten enfrentar las dos corrientes filosóficas más pujantes a finales del s. XIX: el positivismo y el vitalismo: "Ambas son respuestas al pesimismo intelectual que se había extendido por Europa tras las críticas de Kant y Schopenhauer a las dos principales Ideas de la Razón: Dios y la libertad".
En el capítulo IV de El árbol de la ciencia, Andrés visita a su tío Iturrioz al que "encontraba casi siempre en su azotea leyendo o mirando las maniobras de una abeja solitaria o de una araña. -Ésta es la azotea de Epicuro -decía Andrés riendo". Epicuro fue un pensador griego del siglo IV a. C. que defendía una ética hedonista según el modelo de una vida sencilla, que evitara el dolor y buscara el placer inteligente. A continuación, en torno al plan filosófico, Andrés plantea una ambiciosa búsqueda, en el conocimiento de la realidad, que cree localizar en el idealismo crítico de Kant y el pesimismo vitalista de Schopenhauer. Frente a estos pensadores alemanes, Iturrioz defiende el carácter práctico, el pragmatismo y utilitarismo del pensamiento inglés, menos especulativo y más cercano a la vida. Frente a ello, Andrés responde:
"Si la vida fuera tan fuerte que le arrastra a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones, sin accidentes, al menos aquí, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia".
Contra este pesimismo vitalista, en la línea de Schopenhauer, Iturrioz afirma: "Ese intelectualismo no te puede llevar a nada bueno" (algo que parece confirmar más tarde el final de la novela).
Para defender su tesis, Andrés recuerda las conclusiones de Kant en su Crítica de la razón pura: los ideales de la razón, las ideas de Dios, libertad (e inmortalidad del alma) no son objeto de la razón teórica, de la ciencia, pues están más allá de la intuición sensible que nos aporta la experiencia. Kant había demostrado, recuerda Andrés, que espacio y tiempo son intuiciones a priori de nuestra sensibilidad; es decir, son intuiciones innatas con las que situamos el fenómeno (aquella parte del objeto que se muestra a nuestra sensibilidad). También el principio de causalidad (la relación causa-efecto) es un concepto a priori de nuestro entendimiento, es decir no existe fuera de nosotros, sino que es lo que nos permite comprender lo intuido de la realidad. Otra cosa es que, como afirma Andrés, se pueda concluir de todo esto que "el mundo no tiene realidad". Más atinado es lo que afirma en el siguiente capítulo ("Realidad de las cosas"), cuando señala que no podemos conocer cómo es en sí la realidad (el noúmeno), fuera de las condiciones de nuestra sensibilidad y de nuestro entendimiento (de sus estructuras a priori). Pero, como ya señalaba Descartes, una cosa es la certeza metafísica y otra la seguridad práctica de que existe un mundo exterior y que lo podemos conocer. En este sentido, Andrés señala la idea de Schopenhauer de que la verdad sería la concordancia de nuestras experiencias, "el acuerdo de todas las inteligencias". También debaten sobre la idea de Hume de que la conexión causal que establecemos entre los hechos (ponen el ejemplo de la gravedad) puede ser resultado del hábito o costumbre (de observar su coincidencia en el espacio y el tiempo), no una necesidad racional, y que por tanto puede ser desmentida por un hecho futuro.
Más tarde, Andrés e Iturrioz debaten sobre los límites de la ciencia, su fundamento en la utilidad o en las capacidades de la experiencia y la razón. Si Andrés señala cómo el determinismo científico "arrolla los obstáculos" de las "religiones, morales y utopías", Iturrioz añade que "arrolla también al hombre" (pues deja de ser "una institución con un fin humano" y se convierte en un "ídolo").
En el capítulo III, en el que se enfrenta el árbol de la ciencia y el árbol de la vida, la voluntad de saber con la voluntad, el deso de vivir: "La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir". Según Andrés, Kant "fue apartando las ramas del árbol de la vida que ahogaban al árbol de la ciencia". Kant señaló que las ideas de Dios, libertad e inmortalidad no podían ser objeto de la ciencia ( estaban más allá de sus límites); pero luego señalaba, en su Crítica de la razón práctica, que la creencia en las ideas anteriores eran necesarias para que hubiera leyes morales. Schopenhauer va más allá, y "aparta esa rama (de la ciencia), y la vida aparece como una cosa oscura y ciega, potente y jugosa sin justicia, sin bondad, sin fin"; una corriente vital que, ocasionalmente, produce un fenómeno secundario, la inteligencia. ¿Predominio de la voluntad o predominio de la inteligencia? Aceptar la utilidad como norma de la vida, reconocer el absurdo de considerar incognoscible lo que no se puede conocer científicamente, llevaría -según Andrés- a aceptar ficciones lógicas y extravagancias religiosas.
Otra cuestión son las cuestionables reflexiones de los personajes sobre la naturaleza de los españoles (sumisa, fanática...) o sobre la "granujería semítica" (en la que incluye al marxismo, al cristianismo y al anarquismo, "prometedores de paraísos"; a los que opone la idea de que el egoísmo del hombre es "un hecho natural", "una necesidad de la vida").
Para saber más:
- Roberta Johnson, "La vida como problema en Adán en el Paraíso de
Ortega y El árbol de la Ciencia de Baroja", AIH, Actas (VIII), 1983. Según la autora, "Andrés el racionalista e Iturrioz el vitalista se quedan al final yuxtapuestos el uno al otro, de un modo que sugiere que ninguna de las dos posiciones es completamente adecuada y que las dos tienen que tomarse en cuenta en una solución última. La vida sin la razón y la reflexión es caótica e innoble; la razón sin la vida es la muerte".
-José Ortega y Gasset, "Pío Baroja. Anatomía de un alma dispersa". Obras completas, IX.
- Gonzalo Sobejano: Nietzsche en España, 1890-1970, Madrid: Gredos, 2004, pp. 377-378.
"En esta novela que, con la anterior, marca la cima del Baroja novelista, el conflicto entre la vida y el conocimiento, la acción y la contemplación, se plantea en su más áspera desnudez y aboca al desenlace más trágico: el suicidio. Educado en el materialismo médico y marcado para siempre por el criticismo kantiano, la moral cristiana y la seducción del neobudismo de Schopenhauer, Hurtado no acierta a corregir su elemental desgana de hacer y vivir. Frente a él, su tío Iturrioz sostiene principios de raíz nietzscheana: la lucha, la acción en un círculo siquiera reducido, la utilidad y engrandecimiento de la vida como norma ante lo aún no explicado por la ciencia e incluso a riesgo de injusticia o mentira, etc."
-https://auladefilosofia.net/2011/11/28/breve-resumen-de-las-ideas-filosoficas-en-el-arbol-de-la-ciencia-de-pio-baroja-1911/
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