Fco. Fernández Buey, en su artículo Cómo una ola que estallara de risa. Otra reflexión sobre utopía realizable (Sin Permiso, 06/04/2008) rechaza la idea de que la utopía platónica expuesta en su diálogo La República esté en el origen de propuestas totalitarias de gobierno. La forma dialogada del texto, según Fernández Buey, permite introducir un efecto de distanciamiento irónico respecto a la realización de las propuestas de Sócrates sobre el ordenamiento de la ciudad ideal.
"(...)Platón sabía que era un escándalo proponer a sus contemporáneos el comunismo de mujeres y el comunismo de bienes, por restringido que fuera éste. Y por eso en el momento en que esos temas aparecen en el diálogo propone objeciones, varias de las cuales se han hecho muy populares. Introduce lo que llama "olas críticas" que zarandean la propia tesis. Y es ahí donde encontramos, una vez más, el efecto de distanciamiento, que alcanza su culmen en el libro V, 471c y siguientes de la obra. Lo interesante de esos pasos es que "las olas críticas" se convierten en algo así como un tsunami (la expresión de Platón, como se verá, es casi literal) justo inmediatamente antes de que aparezca la propuesta más escandalosa, a saber, la conocida tesis de que los filósofos tienen que gobernar o los gobernantes ser filósofos. Después de haber aceptado que la pregunta crítica sobre la realizabilidad del ideal equivale a una "ola gigantesca", Platón se cura en salud y hace decir a Sócrates aquello de que su respuesta tal vez va a entenderse como "una ola que estallara en risa".
Vale la pena subrayar que, en ese momento decisivo del diálogo, la objeción de fondo no afecta tanto al contenido de la propuesta cuanto a la realizabilidad de la misma, pues, efectivamente, ahí está el origen de la paradoja que conlleva la utopía realizable antes incluso de la invención del término "utopía". Que también Platón quiere tomar su distancia irónica respecto del ordenamiento de la ciudad ideal que propone es algo que, en mi opinión, viene sugerido por el hecho de que el objetor, el principal contradictor de Sócrates, sea en este caso el propio hermano menor del autor de la obra, el también filósofo Glaucón. La fraternidad es algo demasiado importante como para dejar en mal lugar a un hermano en una discusión así...
Vamos al texto (V, 471c y siguientes). Ahí Glaucón interrumpe el discurso de Sócrates sobre las bondades de la ciudad ideal alternativa para hacer la pregunta del millón, que se diría ahora: "Vale, todo eso que vienes diciendo está muy bien, el sistema podría ser muy bueno, pero ¿es realizable? ¿es posible que exista o llegue a existir un régimen político así? ¿hasta dónde es posible?". El protagonista principal del diálogo reconoce que esa es la "ola crítica" más grande y difícil de remontar y que, efectivamente, habrá que decidir sobre el "desconcertante" problema. Para lo cual empieza proponiendo el paso atrás: recordar que lo que se está investigando es qué es la justicia y qué la injusticia, y sugerir, a partir de ahí, que en el caso de que descubramos cómo es la justicia tendremos que decidir si lo que pretendemos es que el hombre justo no se diferencia en nada de ella, forma un todo con ella, o nos contentaremos con que se acerque a ella lo más posible y participe de ella en grado superior a los demás.
Glaucón, el hermano sensato del filósofo autor del diálogo, se contenta, obviamente, con lo segundo, lo cual permite a Sócrates concluir, de momento, que si buscamos un modelo de justicia y de hombre perfectamente justo es para poder reconocer en este mundo nuestro a aquél o aquellos que más se parezcan al modelo, pero --y ahí vuelve la paradoja-- "no con el propósito de mostrar que sea posible la existencia de tales hombres". Ante la réplica inmediata del sensato, lo que Sócrates propone es una analogía, en este caso con el trabajo del pintor: "¿Acaso tiene menos mérito el pintor que pinta a un hombre de la mayor hermosura y con la mayor perfección porque no pueda demostrar que no existe semejante hombre?".
Al igual que el pintor, así el teórico de lo político que discurre sobre la ciudad justa y bien gobernada: su discurso no perdería nada en el caso de que no se pudiera demostrar que es posible establecer una ciudad como la que se propone. La fórmula retórica también ayuda. Pues el personaje que Platón ha creado, el Sócrates inventado, no dogmatiza diciendo que las cosas tienen que ser así y así, sino que hace un guiño a los otros (empezando por el sensato Glaucón) al decirles que, como el pintor, también "nosotros" estamos fabricando (inventado), a través de "nuestra conversación", un modelo de ciudad buena.
Como se trata en realidad de una conversación entre hermanos, el objetor puede seguir insistiendo hasta la impertinencia:-- "Ya, ¿pero se puede demostrar la posibilidad de tal ciudad? ¿No estás dando con eso un rodeo para evitar contestar a la verdadera pregunta?". La respuesta que da Sócrates a la "ola gigantesca" es impecable e independientemente de cómo llamemos al modelo (ideal, hipótesis, prefiguración, prognosis, utopía, etc.) sigue valiendo a la hora de plantearse el recurrente asunto de la realización. Esta respuesta dice que primero tenemos que ponernos de acuerdo sobre si se puede llevar algo a la práctica tal como se enuncia (teóricamente) o si lo natural es, más bien, que "la realización se acerque a la verdad menos que la palabra". Si aceptamos esto último, o sea, si nos ponemos de acuerdo en que entre el decir y el hacer hay cierto trecho, entonces no tenemos por qué forzar las cosas: no es preciso mostrar que sea necesario que las cosas ocurran exactamente como decimos en nuestro discurso. Y por la misma razón tendríamos que contentarnos con descubrir el modo de construir una ciudad que se acerque lo más posible a lo que se ha dicho en el discurso. Sería en este sentido, y sólo en este sentido, en que habría que admitir que es posible la realización de aquello que se pretendía.
En ese mismo contexto Sócrates añade una precisión que no es precisamente irrelevante, a saber: que para seguir ese camino hay que investigar antes qué es lo que se hace mal en las ciudades realmente existentes y qué es lo que hay que cambiar en ellas para ir al régimen descrito. Lo que se puede interpretar así: no se trata de sacar el ideal de la nada especulativa, haciendo caso omiso de los regímenes político-sociales que han existido o que existen, sino que de lo que se trata es de prefigurar el ideal a partir de la crítica de los regímenes de las ciudades realmente existentes.
Tal es el camino que lleva a contestar finalmente la objeción que ha sido comparada a un tsunami, a "la ola más gigantesca". La contestación es conocida: que los filósofos reinen en las ciudades o que los reyes practiquen noble y adecuadamente la filosofía, que vengan a coincidir la filosofía y el poder político. Menos conocida, pero igualmente relevante, es la forma en que Platón, por boca de Sócrates, ha introducido la contestación. Esta forma no es sólo retórica; es expresión de la conciencia de la dificultad. Platón sabe que la propuesta de realización del ideal es algo "extremadamente paradójico" porque es difícil ver que sólo la ciudad otra, el modelo de ciudad que se propone, puede realizar la felicidad de los ciudadanos en lo público y en lo privado. De ahí la broma seria: "No callaré, sin embargo, aunque, como ola que estallara en risa, me sumerja en el ridículo y el desprecio" (V, 473 e).
La seriedad de la broma queda patente en la discusión que sigue acerca de aquellos a los que se puede llamar con verdad auténticos filósofos. Pero ese es ya otra tema. Lo que interesa resaltar aquí es que ya en el nacimiento de lo que hemos dado en llamar pensamiento utópico estaban presente la ironía y la distancia sobre la realizabilidad del ideal, la conciencia de la distancia insolventable entre el ideal y su realización".
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