viernes, 29 de abril de 2016

Ortega: ¿un Nietzsche civilizado?

En un artículo aparecido en el diario El País (Fulgurante Ortega, 17 de mayo de 2014, p. 33), Jordi Gracia describe a Ortega como un "Nietzsche civilizado". Estas son sus palabras:
(...) En los años veinte toda su maquinaria intelectual se vuelca en la ratificación de sí mismo, cuando la filosofía de la razón vital va de camino a ser razón histórica y siente que con él el pensamiento conquista por fin la superación del idealismo de Occidente y postula una alianza entre irracionalidad y racionalidad como única vía de comprensión integral y resignada del hombre, su mundo y sus límites. Resignada, sí, pero sin tristeza ni amargura; al revés: feliz de saber qué hacer con la vida como proyecto, feliz de identificar lo iluso como ilusión inútil y cultivar como posible la ilusión de lo real: un Nietzsche civilizado.
Puedes leer el artículo completo y después responder a estas cuestiones:
- ¿Qué significa la expresión "un Nietzsche civilizado"?
- ¿Qué aportaciones hizo Ortega al pensamiento occidental y cuáles fueron sus debilidades?

Unamuno y Ortega

La relación intelectual entre Unamuno y Ortega es de naturaleza compleja y en ella se mezclan la mutua admiración, las patentes diferencias de edad, formación y carácter y el factor común de ser los dos más importantes intelectuales españoles del siglo XX, alcanzando ambos una gran proyección pública en su época. Desde su juventud, en la que Ortega entonces joven estudiante en Margurbo escribe al Unamuno, que ya es una figura consagrada, y le cuenta sus intimidades personales y sus inquietudes intelectuales, hasta el sentido artículo que le dedica con ocasión de su fallecimiento, la suya fue una relación rica y fructífera.
Unamuno y Ortega divergían fundamentalmente en cuatro puntos: el personalismo, la poesía, España y la mística. (Ver artículo de José Sobrino)
Ambos pensadores polemizaron, entre 1906 y 1912) sobre el tema  de la europeización de España o la españolización de Europa (según fuera la posición de Ortega o de Unamuno, respectivamente). Ortega criticaba la "desviación africanista del maestro y morabito salmantino". Para Unamuno, que reacciona en su madurez contra su inicial positivismo, la ortodoxia científica de hoy o la Inquisición científica contrastaba con la ciencia española, que identifica con la mística. La ciencia quita sabiduría a los hombres... El objeto de la ciencia es la vida y el objeto de la sabiduría es la muerte.
En esta polémica destacó una carta de Unamuno a Ortega del 30 de mayo de 1906: "Yo me voy sintiendo profundamente antieuropeo. ¿Que ellos inventan cosas?, Invéntenlas".
En el epílogo de Del sentimiento trágico de la vida (1912), Unamuno dice: "No ha mucho hubo quien hizo que se escandalizaba de aquello de "que inventen ellos", expresión paradójica a la que no renuncio". Para apoyarse, Unamuno cita a Joseph de Maistre (en una carta a un ministro ruso): "No por no estar hecha para la ciencia debe una nación estimarse en menos". Continúa con un desafío: que no tenemos un espíritu científico ¿y qué importa si tenemos algún otro? En las últimas líneas de este epílogo, Unamuno se vuelve a referir críticamente a la campaña de Ortega en pro de la europeización: Y ahora vosotros, Bachilleres Carrascos del regeneracionismo europeizante, jóvenes que trabajáis a la europea con método y crítica científicos, haced riqueza, haced patria, haced ciencia, haced ética, o más bien traducid "Kultura", que así mataréis a la vida y a la muerte. Para lo que ha de durarnos todo...

Otra polémica es la que mantuvieron ambos autores en torno al teatro, expresado en dos textos: un artículo orteguiano, “Elogio del Murciélago”, luego recogido en la colección de ensayos El Espectador; y un artículo de Unamuno, que se titula, expresivamente “Teatro y cine”. Hay enfrentadas dos concepciones del arte y la literatura. En Unamuno el arte es visto como método de conocimiento, conocimiento filosófico, que es como decir personal; en Ortega el arte se concibe separado de la vida, como una isla. Varias veces Ortega repitió aquella afirmación de que o se hace ciencia, o se hace literatura o se calla uno. No es posible la confusión. En Unamuno esta confusión es una de las claves maestras de su obra.

Por último, dos concepciones distintas de la figura del intelectual. La expresión casi romántica del Yo en Unamuno, frente al pensador -en el caso de Ortega- que tiene que buscar las señas de identidad colectivas, en un ejercicio de salvación que no sólo salva a mi Yo, sino también a mi circunstancia.

jueves, 28 de abril de 2016

La muerte de Ortega y la censura franquista (18 de octubre de 1955)

Noticia del entierro de Ortega y Gasset.
El impacto de la censura franquista sobre el campo filósofico fue muy importante, especialmente fuera del cerrado marco de las elites académicas. Esto impidió la posibilidad de crear un espacio público de debate,  el acercamiento a un amplio público de lectores con el que construir un campo intelectual autónomo respecto al político y económico. Muchos libros de filosofía fueron “depurados”, destruidos o convertidos en obras “reservadas” que sólo se podrían poner “en manos de lectores de reconocida capacidad”, “y sólo cuando se justificara "plenamente la utilidad o necesidad científica de la consulta”.
 Ya en plena guerra civil, el 16 de enero de 1937, el bando franquista dictaba “órdenes encaminadas a sustituir la destrucción indiscriminada de libros por la creación de secciones de reservados y prohibidos”. Para aplicar esta normativa, y evitar así los excesos purificadores de los episodios de quema de libros que se habían producido, se crearon las Comisiones Depuradoras de bibliotecas. En el BOE del 17 de setiembre de 1937 se establecía la creación de una lista de todos los centros de lectura y de una Comisión depuradora. Se ordenaba que “las obras pornográficas y de propaganda revolucionaria” debían ser destruidas, y “aquellos de mérito literario o científico que tengan contenido ideológico nocivo”, serían guardados “en lugar no visible ni de fácil acceso al público, salvo autorización”. Así se legalizó la destrucción, incautación y retirada de muchos libros de bibliotecas escolares, populares, públicas y particulares. Así, por ejemplo, al finalizar la guerra, se retiraron de la biblioteca del Ateneo hispalense, trescientos ochenta y un libros que se depositaron en la Biblioteca Universitaria, en una zona apartada (en la que se mantuvieron hasta 1993), entre ellos, obras de Comte, Engels, Kierkegaard, Krause, Lenin, Maquiavelo, Marx, Nietzsche, Proudhon, Rousseau, etc. (Vid. J. L. Rubio Mayoral “La depuración de lacultura popular. La Universidad y el Ateneo de Sevilla en la censura de librosdurante la guerra civil” Represura, nº 5, junio 2008).
De esta manera se expresaba el Jefe del Servicio Nacional de Archivos, Bibliotecas y Propiedad Intelectual, creado por la dictadura en 1938:
  “Se acerca la hora en que toda la literatura tendrá que estudiarse desde los puntos de vista señalados y en que el uso del libro tendrá, por razones de higiene física, mental y social, que reglamentarse y someterse a receta. Las bibliotecas, como las farmacias, podrán tener obras equiparables por sus efectos a los venenos, como el pantapón, la morfina y el sublimado, pero que serán de lectura recomendable para la formación de cierto tipo de hombres. Así como no está permitido que los enfermos entren en las farmacias y se sirvan directamente y sin ninguna intervención el medicamento que se les antoje y en las dosis en que se les ocurra, así tampoco podrá haber biblioteca sin bibliotecarios expertos que sepan guiar a los lectores y asuman la formidable responsabilidad social y religiosa de su cargo”. (A. Alted Vigil, Política del nuevo estado sobre el patrimonio cultural y la educación durante la guerra civil española, Ministerio de Cultura, 1984, p. 55).
 Existía, además de la oficial, una censura eclesiástica, establecida básicamente a partir de las normas establecidas en el Índice romano”. En el Índice de Roma de 1949 estaban incluidas la obras de Descartes, Kant (Crítica de la Razón Pura), Pascal (Pensamientos) y Bergson. J. P. Sartre se incorporaría en 1948 y Miguel de Unamuno en 1957. Conviene recordar que el Índice no sería suprimido hasta 1966. Además, el  convenio con la Santa Sede del 7 de junio de 1941, hacía vigentes los cuatro primeros artículos del concordato de 1851, según los cuales el Estado debía dispensar apoyo a los obispos para impedir la publicación o difusión de aquellas obras que hicieran peligrar la fe o las buenas costumbres


La muerte de Ortega, el 18 de octubre de 1955, supuso un gran impacto en el seno del campo filosófico, aunque la censura franquista ordenó que en las noticias sobre su muerte se informara de sus errores en materia religiosa, que no se publicaran fotografías y que se redujeran a tres, como máximo, los artículos sobre el filósofo. Las publicaciones que no acataron las consignas oficiales fueron penalizadas: la revista Ínsula fue suspendida entre febrero y diciembre de 1956 por excederse en el número de páginas autorizadas para un número monográfico dedicado a Ortega y Gasset (nº 119, noviembre 1955). Lo mismo le ocurrió a la revista Índice, aunque le fue levantada la suspensión tras tres meses (por las buenas relaciones de su director, falangista disidente).

También, incluso muerto, sufriría Ortega la presión integrista católica. Al parecer hubo intentos de incluir la obra de Ortega en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica. El asunto no llegó tan lejos, pero el 12 de julio de 1961 el Santo Oficio decretó la prohibición de la lectura de las obras de Ortega en los seminarios y escuelas de religiosos. Miguel de Unamuno no tendría esa "clemencia", y dos años después de la muerte de Ortega, en 1957, se incluyeron dos de sus libros (Del sentimiento trágico de la vida y Agonía del cristianismo) en el «Índice".
Otros intentaron convertirlo en uno más de los filósofos “conversos” que tanta reafirmación parecía producir en algunos sectores integristas católicos. La prensa del régimen, en su larga disputa con el laicismo del viejo maestro, ya se hizo eco de la supuesta conversión: en La Vanguardia Española (miércoles 19 octubre de 1955), Luis de Galinsoga comentaba: “Las informaciones periodísticas nos cuentan hoy los atributos religiosos que rodean el cuerpo yacente del filósofo que antes de morir hizo confesión.  Y adulando al dictador, el periodista  señalaba:
Cuando a lo largo de la enfermedad que ha llevado al sepulcro a don José Ortega y Gasset, el Generalísimo Franco se interesaba casi a diario por el estado del egregio español, nos daba una vez más Su Excelencia la pauta de conducta y de posición ante el caso. Cómo iba a ignorar el Jefe del Estado los antecedentes del gran pensador en materia política, especialmente aquellos que, como un paréntesis aciago y por ventura fugaz, nos presentaron a Ortega esclavo de una pasión y casi de un sectarismo totalmente incompatibles con su alto señorío intelectual?(...) Ortega padeció una verdadera intoxicación espiritual en aquellos meses de funesta recordación, al influir con su pensamiento prodigioso y con su palabra deslumbrante en los destinos políticos de la España de 1931. (Esto último hacía referencia a su papel como diputado de las Cortes Constituyentes de la Segunda República, entre 1931 y 1932,  en calidad de representante de la Agrupación al Servicio de la República, fundada en febrero de 1931 por Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y él mismo).
Una información del diario Ya, con cierto aire de vengativo triunfo frente al moribundo filósofo, titulaba: «Ortega y Gasset se reconcilia con la Iglesia»:
 El estado de salud de don José Ortega y Gasset decayó algo el sábado pasado, pero el domingo a mediodía volvió a experimentar, dentro siempre de la persistente alarmante gravedad, una ligera mejoría. Con todo, ayer por la tarde la gravedad se acentuó y el ilustre paciente, al que rodeaban su esposa e hijos y contados discípulos y amigos, mostró deseos de reconciliarse con la Iglesia y, según nuestras noticias, se confesó con el padre Félix García(...). En dicha noche, ante la agravación del enfermo, la familia llamó al padre Félix, amigo de la casa. Al conocer don José Ortega y Gasset la presencia en su domicilio del sacerdote, pidió que le pasaran a la habitación y le invitó a que se sentase junto al lecho. Conversaron un momento y, por expresa voluntad del enfermo, el padre Félix pronunció las palabras: propias del momento. Don José besó el crucifijo que le tendía el sacerdote. 

lunes, 11 de abril de 2016

Esquema del artículo "La doctrina del punto de vista", de Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset


José Ortega y Gasset (1883-1955), filósofo y ensayista, fue catedrático de metafísica en la Universidad Central de Madrid hasta la Guerra Civil. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial regresará a España, en 1945 y, aunque se le autoriza un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid, no se le permite recuperar su cátedra de Metafísica, ante lo cual funda, en 1948, el "Instituto de Humanidades", donde vuelve a impartir docencia ante un público no universitario. En 1950 realiza un último viaje a Alemania, decepcionado ante las dificultades de su estancia en España, siendo nombrado en 1951 Doctor Honoris Causa por las universidades de Marburgo y Glasgow. Regresará a España en 1955, muriendo en Madrid el 18 de octubre de ese mismo año.
De la serie documental La aventura del Saber, presentada por Fernando Savater, puedes ver el capítulo dedicado a Ortega y su obra.


Cuestiones:
- Señala los principales periodos de la obra de Ortega.
- ¿Cuál fue el compromiso político de Ortega con su época? ¿Qué papel jugó el periodismo en su tarea intelectual?




Para saber más:

Puedes obtener más información en Proyecto de Filosofía en español, en Ensayistas y webdianoia.


También puedes visitar la Fundación Ortega y Gasset.

A continuación, podéis ver y escuchar el documental Creadores del siglo XX - José Ortega y Gasset, la filosofía como acción política, sobre las dos vocaciones de Ortega, la filosófica y la política. Ortega tuvo una resuelta actuación publica, con la preocupación de encontrar una formula para transformar y modernizar España. El filósofo de la razón vital, el autor de 'La rebelión de las masas' y 'La España invertebrada' aparece reflejado a través de sus propios textos, de la valoración de filósofos e historiadores que se acercan a la vida y obra de Ortega desde la perspectiva actual: